Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
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VIAJE AL PASADO

Desde entonces yo siempre que iba con tía Lena a las fiestas de Nuestra Señora de Agosto, me fijaba en su sonrisa bondadosa y siempre triste…

Llegamos a Fresno del Río. El pueblo de los Gallitos y Calilis. El pueblo donde me metía en el río, del que salía escullando, para desesperación de la hermana de mi madre que me prometía, solemnemente, que jamás volvería en vacaciones al pueblo. Siempre se la olvidaba. Calles que recorrí a carrera tendida de arriba abajo cuando se suponía que debía dormir la siesta para no pelarme bajo los rayos implacables del sol castellano. Nada, o casi nada, estaba como yo lo dejé. La casa del abuelo había desaparecido. En su solar se levantaba otra rosada y blanca. No intenté saber quién vivía en ella. La Portaleja, aquel lugar temible donde se decía que había vivido un tal Pernales, alguien así como ‘el tío del saco’, que se llevaba a los niños, y yo recorría como alma que llevaba el diablo, tampoco existe. En su lugar sólo quedan escombros… Casi todos mis recuerdos, hoy son sólo escombros…

Pero el Río, mi río, pesadilla de tía Lena, sí estaba allí. Mi río Grande, así le llamaba yo, aunque su verdadero nombre es Carrión, seguía donde siempre. Cuando nace, en Fuentes Carrionas, en la montaña palentina, es apenas un simple riachuelo. Pero pronto, a lo largo de su recorrido por su fértil vega que le llevará hasta Palencia, empieza a recibir el agua de numerosos ríos y arroyos de la montaña palentina, que hacen que su caudal aumente considerablemente. Cuando llega a Fresno, es un río caudaloso y lleno de vida. Ahora discurre claro y limpio como cuando yo de niña me metía en el brazo de río que se separaba de su cauce principal, y discurría por detrás de la torre de la Iglesia románica de S. Juan Evangelista. Siglo XI. Este riachuelo, antes libre y salvaje, ahora discurre encauzado y asfaltado su lecho. Parece más una carretera inundada. Ya no crecen los juncos, con los que los gitanos hacían sus cestos, que luego vendían por los pueblos. Ni sobrevuelan libélulas y caballitos del diablo sobre él. Es un riachuelo claro y fresco, pero sin vida. Mi hija y yo bajamos del puentecillo y nos paseamos por su cauce. Mientras, Jordi nos hacía fotos. Hubo tiempos en los que fue una cloaca pestilente debido a los residuos químicos que vomitaba una fábrica. Hoy, afortunadamente ha recuperado su, en otro tiempo, quebrantada salud.

Las generaciones se suceden y los pueblos mueren o evolucionan. El Pueblo donde me crié ha evolucionado. No reconozco las calles que yo recorría de arriba a bajo. En lugar de las casas viejas han edificado otras nuevas. La vivienda de los Gallitos, al norte del pueblo, la familia más numerosa y pintoresca del lugar, ha desaparecido. La de Los Calilis, no menos pintoresca, situada en el sur, tampoco está…

Abandonamos Fresno del Río. Conmigo me llevo un montón de imágenes del pasado lejano que nunca olvidaré.
Nos dirigimos a Mantinos, el pueblo donde se casaron mi padre y mi madre. Donde nací yo y murió mi madre. Buscamos la casona de tío Pablo y tía

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