El convento fue
edificado antes de 948, dedicado a San Juan Bautista. Del
primer convento apenas quedaban unas ruinas. Fue mandado reconstruir
y dedicado a San Zoilo. Fue entregado por Fernando I de Castilla
a un destacado cortesano allá por el año 1037.
Perteneció a Cluny y al Cister. Después llegaron
al monasterio los benedictinos y se convirtió en una
de las sedes más prósperas de la época.
Los últimos en hacerse cargo del convento fueron los
Jesuitas que lo ampliaron y le dedicaron a la Enseñanza
Secundaria. También fue Seminario Menor en 1960. Por
fin en 1992 se convierte en el hotel actual. De siglos y generaciones
le vienen la paz y el silencio que se respira en el lugar.
Se celebraba con todo esplendor la festividad del Corpus.
Declarada de Interés Turístico Regional. No
pudimos entrar en la Iglesia por la cantidad de gente que
se agolpaba en su entrada. Y apenas podíamos andar
por sus calles principales, adornadas de cenefas de flores
de colores. Había que moverse en fila india por los
bordes, para no pisarlas.
Visitamos la Iglesia de San Martín de Frómista.
Románico puro del siglo XII. Su Iglesia Parroquial
de San Pedro. Gótico puro. En su tejado, habían
asentado sus reales ocho preciosas cigüeñas con
sus crías. Un sol de justicia caía a plomo sobre
el pueblo, vacío a esas horas. Los únicos lugares
donde no corrías el peligro de deshidratarte estaban
en el interior de los templos.
Completamos nuestro viaje recorriendo todo el valle en dirección
al norte de la provincia de Palencia, para visitar los lugares
que recorrí de niña y adolescente hasta los
dieciocho años. Viajábamos paralelos a la ruta
de Sirga. La que recorren los peregrinos para acercarse a
Santiago de Compostela. Llegamos a Saldaña. Villa Castellana
tranquila. Intentamos recorrer los lugares que yo anduve cuando
venía a coger La Línea. Así se llamaba
entonces el autobús que hacía el recorrido Saldaña
_ Palencia. Años más tarde salía de Guardo.
Parábamos en la fonda ‘La Placidia’. Tío
Federico ataba el caballo a una columna de las que todavía
existen, aunque bastante deterioradas. Me acerqué a
un señor lo suficientemente mayor como para que me
diera noticias de la fonda. Y claro que la recordaba. Me señaló
el lugar donde estuvo. Hoy era un montón de escombros.
En aquel momento recordé la amabilidad de Placidia,
joven entonces, y la de su madre Isidora. Su inmensa mesa,
como de monasterio. Los cocidos que hacía con ingredientes
naturales de los cerdos que sacrificaba cada año, para
el gasto de su clientela. Era la fonda más famosa de
Saldaña. A ella acudía toda la gente de los
pueblos de los alrededores, los días de Feria.
Seguimos hacia el norte. Llegamos a Villalba. Allí
vivía tía Lupercia, hermana del abuelo. Una
mujer elegante, fina, culta para aquella época. Siempre
vestida de negro con cuello blanco de encaje, desde que tío
Justino, su hijo, se matara junto con el médico y un
molinero, cuando su coche se despeñó desde lo
alto de la colina y rodó hasta el río.
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