Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
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VIAJE AL PASADO

Elvira. Aquella casona de dieciséis habitaciones que me fascinaba de niña. Donde nos escondíamos mis primos y yo y era difícil dar con nosotros por los numerosos recovecos que tenía. No conseguí localizarla. Estaba al lado del arroyo que dividía al pueblo en dos. Han secado el riachuelo y seguramente eso me ha despistado. Ningún hijo de tío Pablo y tía Elvira vive en el pueblo. Posiblemente la casa fue vendida y derribada…

De mis parientes más cercanos sólo queda el recuerdo: No pude localizar la casa de tía Teresa y su esposo Juan. La de tía Enedina y su esposo Antonio. Ningún primo se quedó en el pueblo.
La Iglesia, románico puro en sus comienzos, ha sido reconstruida de cualquier manera y con cualquier material. Sí han sido embellecidos sus alrededores con una zona ajardinada y cerrada por una verja, con lo que no nos fue posible visitar su interior. Supongo seguirá con su pasillo central que arranca desde debajo de las escaleras por las que se accede al Altar Mayor y llega hasta el coro, al fondo de la Iglesia. En los laterales dos Capillas que no recuerdo a quién están dedicadas. Como en todas las iglesias de los pueblos de la Vega del Río Carrión, han desaparecido aquellas sillas_ reclinatorio, decimonónicas, y han puesto bancos.

Hay una casa, que siempre se distinguió porque su estructura exterior era diferente: Sus ventanas eran enormes y tenían persianas de madera que, pasados muchos años, yo vi en pueblos franceses. De niña, cuando se disparaba mi imaginación, me gustaba imaginármela como un castillo y que dentro vivía una princesa muy bella. Allí sigue, restaurada imitando su antigua construcción, sin lograrlo del todo. Está ocupada por tres inquilinos. Uno lleva un apellido de mi padre, pero no lo conozco.

Regresamos a Santander por Cervera de Pisuerga. Pasamos por el lugar donde está la Ermita de Nuestra Señora del Brezo, que varias veces visité de niña. Recuerdo los melones y las uvas que se traían de allí y que entre el heno seco del pajar, se conservaban hasta Navidad, desde Septiembre.

Felizmente, pusimos fin a este viaje al pasado, que nunca hubiera sido posible hacer, sin mi hija Soraya y su esposo Jordi, que me llevaron y acompañaron a todos los lugares que yo quería visitar, desde hacía mucho tiempo. ¡Gracias, hijos!

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