del todo. Regresos
al atardecer en verano… Si no llegabas antes de las
nueve, no habría en dos semanas, oportunidad de volver.
No puedo pasar por alto, en estos momentos, el recuerdo de
mis mejores amigas de aquella época irrepetible de
mi adolescencia y juventud. Amparín, mi mejor amiga.
Su madre: oronda, suave, maternal, cariñosa. La madre
que yo soñaba. Acudía a su casa, muchas veces,
porque allí encontraba un lugar perfecto para estar.
Se preocupaba de mi amiga, y a la vez, yo también escuchaba
sus consejos: “Portaos bien. No confiéis en los
chicos. Todos, salvo raras excepciones, van a lo mismo”.
Tardamos en comprender qué significaba “a lo
mismo”…” Regresad pronto a casa. Antes de
que caiga la noche”. Esto mismo me decía mi padre.
Si me retrasaba, el castigo consistía en uno o dos
domingos sin salir. Para nosotros, entonces, era una tragedia
un castigo así…Encontró el marido ideal,
según su madre: mayor, formal, trabajaba en un bufete
de abogados. Adoraba a Amparín. Era dieciocho años
mayor que ella. Seguimos en contacto hasta que se quedó
viuda.
De Lola y Margot, no volví a saber nada. Se casaron
con chicos de fuera de Palencia y les perdí la pista.
Trini, caprichosa y voluble, tardó poco en encontrar
un chico dispuesto a aguantar sus caprichos y desplantes.
Le recuerdo más bien bajo de estatura, pero atractivo.
Tenían una relación amor_ odio, que me descolocaba
un poco. Cuando plantaba a su chico me llamaba a mí
para salir, si yo estaba en Palencia. “Lo he dejado”,
“No lo soporto”, me decía. Nunca me explicaba
porqué no lo aguantaba. A los ocho días volvían.
Él soportaba estoicamente los plantones. Y como ‘el
que la sigue la consigue’, por fin se casaron…Si
fueron felices y comieron perdices, no tengo ni la menor idea.
La vida nos separó, como dice la canción. Pero
sigo recordándolas con cariño. Por entonces
yo tuve mi primer trabajo como docente. Viajé de Palencia
a Báscones de Ojeda.
No ha cambiado, en lo esencial, la Huerta de Guadián.
Sigue siendo un bosque maravilloso, ideal para soportar las
temperaturas extremas de mi ciudad. Con abundantes árboles,
algunos casi centenarios: castaños de indias, laureles,
abetos, olmos, ciruelos y algunos exóticos, que no
sé su nombre. En la entrada hay un grupo escultórico
hecho de un tronco de un olmo enfermo. El escultor, Teo Calvo,
lo hizo en 1994.
En medio de esa arboleda, está reubicada la Ermita
de San Juan Bautista, románico puro del siglo XII,
rescatada del pueblo de Villanueva del Río, antes de
que éste fuera anegado por las aguas del Pantano de
Aguilar. Desmontada piedra a piedra, ha vuelto a ser reconstruida
para ser contemplada por cuantos amantes del arte se acerquen
a Palencia.
Hay una pequeña Biblioteca y un parque infantil. Y
sigue habiendo ‘baile’ en verano, los domingos
y fiestas… Seguramente estarán dedicados a bailes
de ‘la tercera edad’, tan de moda, ahora…
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