Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
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VIAJE AL PASADO

Eran las cinco cuarenta y cinco de la tarde del 24 de Junio de 2011, cuando comenzamos un viaje que para mi sería la vuelta a los lugares en los que viví mi niñez, adolescencia y parte de mi juventud. Algunos hacía más de dos décadas que no visitaba…Un viaje al pasado que hacía tiempo quería hacer.

Cuando nos acercábamos a Palencia, lo primero que nos anuncia que estamos cerca de la ciudad, es el monumental Cristo que desde hace ochenta años da la bienvenida a todos los viajeros que se acercan a Palencia y despide a los que se van. A su hierática figura, de estilo cubista con reminiscencias del arte del Antiguo Egipto, de más de veinte metros de altura, sólo la aventaja el Cristo Rey polaco. Sus brazos extendidos, parecen proteger y bendecir los extensos campos de cereales, y la abundante vegetación de álamos, robles, chopos y sauces, que se encuentran a lo largo de todo el trayecto. La verticalidad de la estatua contrasta con la horizontalidad de los campos de Castilla que la rodean.
Su autor, Victorio Macho, descansa hoy, porque así lo quiso, a los pies del monumental Cristo.

Paramos durante el viaje en Aguilar de Campó, en el antiguo convento de clausura de las Claras, hoy convertido en restaurante. Llegamos a Palencia alrededor de las nueve de la noche. El Hotel Eurostar Diana Palace, de cuatro estrellas, es cómodo, limpio y agradable. Dejamos nuestras maletas en las habitaciones 508, la de mi hija y su esposo Jordi, y la 510 era la mía. Durante el tiempo que duró el viaje, nuestro punto de partida fue siempre el hotel. Salimos a buscar un restaurante donde cenar. Lo encontramos cerca del Eurostar. No me fijé en el nombre. Tenía un aspecto estupendo, por fuera y por dentro, y en él nos acomodamos. La cena fue buena. El ruido de una peña de amigos que celebraban algo, me produjo dolor de cabeza. ¡Qué ruidosos somos los españoles! Fue lo único desagradable de aquella cena. Regresamos al hotel sobre las once de la noche…

Amaneció el día 25, con un cielo azul inmaculado y con 39º a la sombra. Era casi imposible caminar por los lugares soleados. Buscamos la sombra de la Calle Mayor que recorrimos un par de veces de arriba a bajo a lo largo de sus casi 1000 metros de longitud. Estaba exactamente igual que cuando la recorríamos de norte a sur, desde el Parque del Salón de Isabel II

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