comenzado la
caza y captura de D. Gerardo para que entrara a formar parte
de la familia, donde no había ningún ‘título’
a pesar del dinero que tenían. Pero conoció
a Julia un día que tuvo su padre un episodio de corazón,
y fue un flechazo a primera vista.
_Ella no tiene la culpa de que el Médico la prefiriese_,
dije aprovechando un momento que mi casera calló para
beber agua. Nos había dado sed el riquísimo
café con malta de puchero que ella preparó en
el hogar de leña.
_¡Claro que no! Pero ellas se sintieron humilladas.
Se cansaban de decir que Julia se le metía por los
ojos al Médico. Que lo buscaba sin descanso en el Consultorio
y en La Villa. Y que él, poniéndoselo tan fácil,
no iba a ser tan tonto…Mariví y Mariasun acusaban
a Julia de lo que hacían ellas. Marigeni, ni entraba
ni salía en este asunto, porque a ella la cortejaba
el Capataz del segundo terrateniente más rico del valle,
que en nada se parecía al Sr. Calderón. Se veían
a escondidas, porque sabían que el padre de ella jamás
aprobaría esa relación. Para ellos, el Capataz
era poca cosa para su hija. Lo decía la Sra. Victoria,
su madre. En el pueblo se sabía que el Médico
buscaba a Julia, y no al revés. Pero nadie se atrevía
a llevar la contraria a la poderosa familia Calderón.
No hay que olvidar que casi todo el pueblo trabaja para él.
De ahí el silencio que rodea este asunto.
_Julia me ha contado que Gerardo se fue, y que aunque prometió
escribirla, y citarse con ella, hasta el día de hoy
no ha vuelto a saber nada de él.
_Eso es lo que me extraña a mí. Todos en el
pueblo sabíamos que la adoraba. Se hubiera casado con
ella sin dudarlo, si hubiese seguido aquí_. Afirmó
rotunda la Sra. Carlota
_No entiendo qué ha podido pasar para que de la noche
a la mañana el Doctor decidiese irse. No me ha contado
nada Julia_, dije más para mí, que para que
me respondiese mi casera.
_Sucedió que al Consultorio dejó de ir la gente.
Era un Médico magnífico, pero ni aquí
ni en La Villa tenía pacientes. Siempre había
secuaces del Alcalde controlando los alrededores de los lugares
donde trabajaba el Doctor, y un par de personas que acudieron
a su consulta, fueron despedidos del trabajo al día
siguiente. El uno era el Alguacil, que se fue del pueblo con
su mujer y sus tres hijos. El otro era un peón agricultor
que apareció malherido en una cuneta y apenas se recuperó,
también se fue.
_Pero, ¿no hay nadie que sea capaz de hacerle frente?_,
pregunté.
_¡Qué va! Yo le puse en su sitio una vez que
se me insinuó, cuando era más joven, claro.
Es un señor, por llamarlo de alguna manera, que se
cree con derecho de ‘pernada’ con las mujeres
de sus obreros. Yo trabajé en su casa. Crié
a sus tres hijas, y las quise. De niñas eran lindas.
Su esposa, la señora Victoria siempre está enferma
y es una mujer sin personalidad, pusilánime. Él
nunca se ha preocupado de ella. Siempre le ha sido infiel
con todo lo que tuviera faldas y se dejara. Y lo intentó
conmigo. Pero le salió el tiro por la culata. Mi esposo
al día siguiente fue despedido de su trabajo. Era el
Encargado de la cuadra. Su tarea era cómoda: preocuparse
de que los muleros tuvieran limpios y bien cuidados a los
animales. Creo que la muerte le sobrevino a consecuencia de
su despido. Mi Juan murió al año de ser despedido.
Yo tuve que contarle la verdad. Siguió acosándome,
pero es lo suficientemente listo y ladino como para no cometer
deslices que lo descubran. Ahora vivo de la carne y los huevos
de la pequeña granja que puse con unos ahorrillos que
tenía. El negocio me va ‘viento en popa’
y hasta pago un obrero que vende mis productos en el Mercado
de La Villa. Usted tenga cuidado de no conquistar a algún
posible candidato de sus hijas, que a él le parezca
bien, porque le haría la vida imposible…
Nunca me había gustado el Sr. Arsenio Calderón,
Alcalde, rico hacendado y Cacique del pueblo. Aunque debo
reconocer que conmigo en todo momento fue correcto.
Julia, después de tres domingos de acudir con todas
nosotras y los chicos del pueblo a divertirse a La Villa,
un jueves en el Café de La Plaza me dijo que no volvería
a acompañarme porque a ella seguían sin aceptarla,
y no era cosa de que me dejaran sola a mí también.
Le dije que no me importaba, que mi estancia en el lugar era
provisional y que su amistad me interesaba más que
la de los demás. Afirmó rotundamente que su
amistad ya la tenía, y que cada jueves tomaríamos
café y charlaríamos sin comprometerme con los
demás…
El final del curso se acercaba y con él mi estancia
en Álamos. Liada, como estuve, con el papeleo, que
debía enviar a la Delegación de Educación
y Ciencia, debidamente cumplimentado, no había vuelto
a ver a Julia desde hacía dos jueves. El último
domingo de mi estancia en el pueblo, los jóvenes organizaron
una pequeña fiesta consistente en una merienda para
despedirme. Las despedidas siempre son tristes y casi consiguieron
emocionarme. A pesar de todo, mi estancia allí había
sido grata y, salvo que no conseguí que Julia volviera
a salir con todos, contaba con el cariño de mis alumnos
y el respeto de sus padres.
El último jueves del mes de Junio, como despedida,
Julia y yo decidimos preparar unos bocadillos e irnos a merendar
a la orilla del río. Una brisa suave
SIGUIENTE
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