_Te invito
a tomar un café en el Casino.
_No, no puedo, gracias. He quedado con Julia en el Café
de la Plaza.
_¿Con Julia, la hija del Ferroviario? Cómo se
te ocurre salir con ésa_, me preguntó entre
asombrado y despectivo.
_Sí, sí, la misma. Su padre trabaja en el ferrocarril.
¿Qué pasa? ¿Ha cometido algún
crimen?
_¡No, ni mucho menos! Pero una señorita como
tú, no debiera salir con una chica que no goza de muy
buena fama, digo yo_, me respondió.
_Qué sucede: ¿se dedica acaso a la prostitución?_,
pregunté algo molesta.
_Tanto como a la prostitución, no diría yo.
Pero fue la amante de un Médico, que luego se largó
y, por supuesto, la dejó tirada…Desde entonces
nadie la mira_, respondió categórico.
_¡Qué pena, Rubén! Llegué a pensar
que tú eras un chico diferente y que nunca dirías
de una mujer lo que acabas de decir, aunque fuera verdad,
porque te creía un caballero… ¿No se te
ocurre pensar que Julia fue novia del Doctor? ¿No pudo
enamorarse de ella? Le sobran cualidades a Julia para enamorar
a los hombres, ¿no crees?
No me respondió. Se despidió algo apresurado,
y me fui en busca de Julia al Café de la Plaza, donde
habíamos quedado para tomar algo y charlar. Sé
que a Rubén no le gustó lo que le dije. Por
supuesto, a Julia no le conté nada. Ni siquiera que
me había encontrado con él.
Aquel domingo, después de Misa Mayor, decidí
que hablaría con Julia para que nos acompañara
por la tarde a La Villa. En el Cinema España ponían
una película del Oeste, titulada, creo recordar, ‘La
muerte tenía un precio’ y habíamos decidido
ir a verla. Ella se resistió bastante. Me costó
convencerla. “La van a dejar sola”, me decía.
_No me importa, voy contigo_. La convencí. Quedamos
en que a las cinco, ella estaría arreglada junto a
su puerta, y yo la llamaría.
Hubo sorpresa entre el grupo de chicas, especialmente entre
Mariví y Mariasun, cuando les dije que había
decidido llamar a Julia, porque me parecía que dejarla
sola era injusto, puesto que era del pueblo. Sabina y Leonor,
dijeron que a ellas no les importaba que se uniera al grupo.
Marigeni, tampoco manifestó disgusto alguno en su rostro.
Los chicos se mostraron indiferentes.
Durante el camino las hermanas Calderón se adelantaron
y caminaban solas. Las demás chicas y chicos del pueblo,
las seguían de cerca. Julia y yo marchábamos
algo alejadas, detrás. Algunas veces Marigeni y Sabina,
se volvían y gritaban:
_¡Venga, Mariana, que se queda sola!
Me dolía que ignoraran a Julia, hasta el extremo de
excluirla de aquella llamada.
Tomamos un café y nos metimos en el Cinema España.
Nos encantó la película. Sobre todo a los chicos:
la banda sonora, el galope de los caballos, los tiros, y todo
lo demás que hay, siempre, en las películas
del Oeste… Rubén, al que desde el día
que me habló mal de Julia no había vuelto a
ver, estaba al lado de Sabina. Los demás chicos, como
las butacas no eran numeradas, estaban sentados detrás
de nosotras. Siguieron sin dirigirse a Julia en ningún
momento. Yo estaba preocupada, porque se sentiría excluida
del grupo. ¿Qué había sucedido para que
se portaran así de mal con ella? Cada vez estaba más
intrigada, pero había silencio total en torno a la
historia de mi amiga, que nadie estaba dispuesto a romper…
Aquel jueves de finales de abril, amaneció con un cielo
cárdeno, amenazador. Llovía sin parar, y una
aparatosa tormenta parecía a punto de estallar. De
repente un estampido seco, terrible, nos hizo comprender que
un rayo había caído en el pueblo. Momentos más
tarde tañían las campanas. Una encina centenaria
había sido hendida por él, y comenzó
a arder. Tocaban a fuego. Las campanas hablan. Y hablan de
nacimientos, de muertos, de fuego, de trabajos comunales,
de fiestas… Hablan de todo y los lugareños las
escuchan y las entienden. Acudieron todos los vecinos a su
llamada, y en breves minutos el fuego estuvo extinguido. Me
producen terror las tormentas.
La Sra. Carlota también las temía. Encendió
una vela y nos sentamos a la ventana. Anochecía y se
sintió confidencial cuando yo le comenté lo
que habían hecho los jóvenes del pueblo con
Julia, la tarde del domingo
_La culpa de lo que los chicos y chicas hacen con ella, la
tienen las dos ‘Calderonas’ mayores. No pudieron
soportar que D. Gerardo, el doctor, prefiriese a Julia antes
que a ellas. Nada más llegó al pueblo comenzó
un acoso continuo al Médico. Unas veces lo llamaban
a su casa para atender las jaquecas de su madre. Ellas tenían
amigdalitis cada dos por tres, y también lo llamaban.
Dependiendo de la hora, lo invitaban a cenar, a merendar,
a tomar una copa. A los cumpleaños. No se celebraba
ni un solo evento en casa de la familia Calderón, al
que no estuviera invitado el Doctor. Cuando él, por
su trabajo, no podía acercarse a su domicilio, se presentaban
ellas en el Consultorio. En fin, que todo el pueblo se daba
cuenta de que la familia Calderón había
SIGUIENTE
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