Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
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NOVEDADES
LA SOMBRA DEL CACIQUE
que me rodea. Durante los días laborables, mi trabajo y la preparación de mis clases, me ocupan el tiempo. Las tardes de los jueves las dedico a ir de compras a La Villa, si el tiempo no lo impide. Una de esas tardes, por casualidad, me encontré con Julia a la salida de la Zapatería, donde había ido a comprar unos zapatos planos. Es imposible andar por encima de las piedras con tacón. Me alegré de encontrarla. Me saludó, e intentó marcharse...
_¿Tienes prisa, Julia? Le pregunté
_No, ¡qué va!, señorita_, respondió
_Podíamos ir al Casino a tomar un café, si tú quieres. Te invito. Y trátame de tú. Deja el usted para mis alumnos.
_He venido a traer la cena a mi padre que tiene turno de noche, y no estoy muy arreglada para ir a ese lugar. Si le da lo mismo, podemos ir a la Cafetería de la Plaza.
_Me parece bien. No la conozco_, respondí.
_El café, dicen que es mejor que el del Casino_, afirmó Julia, que ahora parecía encantada de hablar conmigo.
El padre de mi nueva amiga trabaja de obrero en la brigada de mantenimiento de las vías del tren. Su madre murió como consecuencia del parto, a los ocho días de nacer ella. Su padre, sin nadie cerca que pudiera hacerse cargo de Julia, decidió dejarla en el Convento de las Adoratrices, en la Ciudad, donde tenía una prima hermana monja. Era un buen padre, según Julia, y se notaba que sentía adoración por él. Estudiaba en el colegio de la Ciudad durante el curso, y pasaba las vacaciones escolares en Álamos. A los diecisiete años regresó definitivamente con su padre. Renunció a seguir estudiando para acompañarle y cuidarle, porque él apenas tenía tiempo de hacer las tareas del hogar.
Con la señora Carlota no tenía todavía la suficiente confianza como para preguntarla, pero empecé a sospechar que había una especie de misterio en torno a la vida de Julia que le impedía unirse al grupo, puesto que era la única chica soltera y joven del pueblo que siempre estaba sola. Sí sabía quiénes eran las culpables de este aislamiento, pero ignoraba el porqué…
Un otoño inclemente nos introdujo ráfagas de invierno helado y blanco, cuando apenas habíamos dado la bienvenida al mes de Noviembre. El único mes del calendario que no me gusta nada, porque el cielo se viste de gris oscuro y nos oculta el sol… Amaneció el domingo con cuarenta centímetros de nieve. Tañeron las campanas a ‘concejo’ y los hombres del pueblo abrieron sendas por todas las calles para podernos comunicar. No hubo Misa Mayor, el domingo.
Por la tarde, las hermanas Calderón, Mariví, Mariasun y Marigeni, nos invitaron a todos los jóvenes de Álamos, a tomar chocolate en su casa, ante la imposibilidad de bajar a La Villa. Tenían una casa inmensa: Dieciséis habitaciones, cuatro cuartos de baño, una cocina enorme. Una galería convertida en un vergel de flores multicolores, que cuidaba Marigeni. Un impresionante salón con chimenea, donde unos troncos se retorcían abrasados, y desprendían un olor agradabilísimo a madera quemada y a hogar. Un maravilloso piano de cola que ocupaba uno de los laterales del salón, al lado de dos ventanales, a través de los cuales veíamos la nieve que sepultaba el pueblo. Cuatro libros encuadernados en piel marrón con cantos dorados, reposaban en una de las estanterías de un magnífico mueble de caoba, que cubría toda una pared. Desde donde yo estaba no alcanzaba a leer los títulos impresos en el dorso. Deslumbraba el brillo de las bandejas, cafeteras y objetos múltiples de plata que atiborraban todos los compartimentos del inmenso mueble. Todo allí era excesivo. O, tal vez, me lo pareció a mí. Las ‘Calderonas’, que así les llamaban en el pueblo, hacían clara ostentación de su poderío…
Me presentaron a Luís, Juan y Daniel, tres simpáticos chicos de Álamos, que se empeñaban en llamarme señorita, y a los que me costó convencer de que me llamaran por mi nombre de pila. Supuse que las tres hermanas, o alguna de ellas, serían virtuosas del piano y les pedí que nos deleitasen con alguna pieza. La respuesta que me dieron, al unísono, me hizo comprender que nunca debí pedírselo…
_No, no sabemos. No tenemos ni idea. Cuando amueblamos este salón pensamos que quedaría muy bien en este lugar que está. Y lo compramos…
No sé por qué sospeché que, tal vez, los libros habían sido adquiridos por el mismo motivo. En un momento dado me acerqué a leer los títulos y supe, casi con seguridad, que nunca serían leídos, y que estaban allí porque adornaban el salón…Pasamos bien la tarde. Jugaron a las cartas. Yo no sabía, ni sé. Jugamos a las prendas. Contamos chistes. Los chicos se soltaron y contaron algunos subidos de tono. Julia no estuvo en la fiesta del chocolate.
Fue durísimo aquel invierno en Álamos del Valle. Nevaba día tras día, sin tregua. Parecía que el cielo no sabía cómo dejar de hacerlo. Estuvimos casi un mes sin poder bajar a La Villa. Llegaron las vacaciones de Navidad y volví a mi Ciudad. Se me fueron volando. El día después de Reyes, regresé a mi rutina. Maravillosa rutina “de

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