Crispín el Ventolín

 

 El Bosque Encantado parecía haber tomado vida después de los largos meses de invierno durante los cuales había permanecido medio aletargado; casi oculto bajo una gruesa capa de nieve. Había llegado la Primavera. En los bosques la llegada de esta estación se manifiesta con una explosión de vida y verdor. Las ardillas tomaban el sol asomadas a los agujeros de sus viviendas, en los árboles. Las cigüeñas habían regresado de las zonas templadas de Äfrica y se disponían a reconstruir sus nidos,que el viento y las lluvias habían deteriorado. Alba y Lauro, los abuelos humanos del Bosque, tomaban el sol en el jardín de su casa blanca, de tejado rojo y ventanas pintadas de verde, mientras esperaban a Tol y Toli, los trastolillos que vivían con ellos.
   _Parece que tardan_ dijo la abuela haciendo pantalla con su mano derecha sobre los ojos, que escrutaban los caminos deseando ver aparecer a los traviesos genios, para evitar la molestia de los rayos del sol, que aquella tarde brillaba espléndido en un cielo azul sin nubes.
   _No te preocupes, mujer, tú sabes que se entretienen con cualquier cosa, y ni se dan cuenta de lo inquietos que podemos estar nosotros con su tardanza_ le animó Lauro, que confiaba mucho en los dos trastolillos.
   Apenas habían pasado unos minutos cuando llegaron Tol y Toli. Venían alborozados, porque habían visto en la copa de un pino al Pecu, el pájaro que regresaba con el buen tiempo, para animar, cada atardecer, a los habitantes del Bosque con su canto peculiar, durante el cual repetía incesantemente pecu, pecu, pecu, de ahí su nombre.
   La simpática fauna del Bosque Encantado preparaban ya la Fiesta de la Primavera. Era su principal evento. La celebraban el primer domingo de Mayo, cuando ya los árboles se habían vestido de verde, los campos se habían cubierto de flores multicolores, y todo bullía lleno de vida , color y olor.
   Náyade y Meliade, aquella clara mañana del mes de abril habían decidido lavar, en los arroyos claros del bosque, sus vaporosas vestimentas que se secaban a la suave brisa sobre los fresnos que crecían junto a los álamos de la Alameda. Asgo, enamoradísimo de Náyade desde siempre, patrullaba el pueblo porque en los últimos días se rumoreaba que de la montaña, donde vivía semi escondida, bajaba la juáncana Juana , que perseguía a las ardillas y se llevaba las preciosas ropas de las ninfas para lucirlas ella. También le acusaban de robar la miel de las abejas. Esta juáncana había llegado recientemente al Bosque, y buena, lo que se dice buena, no lo era. Por eso hoy Asgo, vigilaba especialmente la Alameda y a la vez veía a su amada, aunque ella seguía ignorándolo. Pero él, lejos de abandonar el cortejo, respetuoso, eso sí, seguía insistiendo; por aquello de “el que la sigue, la consigue”.
   En los últimos años habían aumentado los habitantes venidos de otros lugares, donde escaseaban las existencias, en busca de una mejor vida, porque nuestro bosque tenía fama de ser un nuevo Paraíso Terrenal. Habían llegado genios, enanos y hechiceras buenas. Todos fueron bien recibidos y censados en el Bosque, con la única condición de que se buscaran su forma de vida y cumplieran las normas que rigen el Bosque. El musguito Ito, recién llegado al lugar, se ganaba la vida tocando dulces melodías con su flauta en la Plaza Mayor. Vestido de verde y con un enorme gorro de musgo, derrochaba simpatía, y toda la fauna menuda le rodeaban y escuchaban embelesados. Los padres dejaban a sus retoños con él, mientras salían a sus quehaceres. Todo el mundo lo quería. Al atardecer regresaba a su casa con su saco lleno de frutos secos, hierbas aromáticas y tarros de miel, que había ganado con el sonar de su flauta.
   Hacía algún tiempo que el trasgo Asgo necesitaba un ayudante. Cierto que desde que se fue la malvada familia de los ojáncanos, nunca había vuelto a ser saqueado el lugar como lo fue aquella vez, por la que fueron expulsados; pero el Bosque habìa crecido y aumentado algo la delincuencia. El hada Jana y los abuelos Alba y Lauro habían decidido que habría que revisar los historiales de los aspirantes, y elegir el mejor para que acompañara a Asgo durante sus rondas por las praderas, montañas, y ríos del lugar para mantener la ley y el orden.
   Antolín y Crispín eran dos ventolines, cuyo cometido era trasladar el polen y otras semillas de un lugar para otro del Bosque, para que las flores, arbustos y árboles, siguieran su ciclo vital. Esta Primavera ha sido lluviosa y muy soleada, por lo que ha habido exceso de semillas y polen, y el trabajo se les había acumulado. El hada Jana había decidido darles unos días de vacaciones.
   _ Creo que debéis tomaros un descanso porque lo tenéis bien merecido. Todos sabemos cómo ha sido esta Primavera. El estrés que os ha producido la carga de semillas y polen que habéis llevado de un lugar para otro. Cierto es que los insectos también han colaborado, pero habéis sido vosotros los que habéis tenido que calcular la distribución proporcional de todo, para que todas las praderas florecieran por igual. _Les dijo el hada Jana que les había mandado llamar a su Mansión, situada en la parte más elevada de la montaña. Genita, su doncella, les invitó a pasar y sentarse en un acogedor salón donde les ofreció una torta de harina de nueces y miel.
   _ Lo que tú mandes, nuestra hada y señora, haremos con mucho gusto _ respondió Crispín, porque Antolín ni siquiera había oído a Jana, de tan embelesado como estaba, contemplando los gráciles movimientos de Genita, que caminaba de aquí para allá por la estancia.
   Días más tarde Crispín y Antolín decidieron visitar al Hombre Pez, su amigo, que desde que se había casado con la sirenita Irene vivían felices en su roca junto a la orilla del mar. Después emprenderían un largo viaje atravesando los cielos de la vieja Europa. Era lo que más les gustaba: soplar así, muy suave, como se mueve la brisa, acariciándolo todo. Sin polen que llevar de aquí para allá. Tras unos días de viaje, llegarían hasta el Bosque Blanco, situado a unos pocos kilómetros de Copenhague. Allí visitarían al elfo Adelfo, a quién habían conocido durante otras vacaciones, y con el que les unía una buena amistad. Adelfo y Elfita, su esposa, estaban muy tristes porque recientemente habían perdido a su pequeño geniecillo, que había perecido bajo las ramas del árbol donde habían construido su hueco para vivir, porque unos humanos gigantes y sus sierras mecánicas, lo habían cortado mientras el pequeño elfo dormía. De un tiempo a esta parte, eran muchos los árboles de los inmensos bosques escandinavos que eran talados. Desde entonces ellos querían emigrar, marchar del bosque que tan malos recuerdos les traía. Pero, ¿dónde ir?, los trabajos escaseaban...
   Cuando llegaron Crispín y Antolín a casa de la pareja de elfos, les dieron una agradable sorpresa. La alegría que les produjo su visita, les hizo olvidar, por unos momentos, la tristeza que les tenía invadida el alma. Nuestra pareja de ventolines ya conocía la hospitalidad de los diminutos seres de estos bosques helados. Fueron tan bien recibidos como la vez anterior. Hablaron largo y tendido sobre lo que estaban decididos a hacer para olvidar la muerte de su pequeño retoño.
   _Venid con nosotros al Bosque Encantado. Los ancianos Alba y Lauro y el hada Jana os buscarán un empleo_les animaron los ventolines. Y continuaron_: Os han destruido vuestra casa. La muerte de vuestro pequeño os produce un pesar infinito. Alejaos de aquí y coseguiréis, si no olvidar, al menos podréis empezar una nueva vida lejos de este lugar.
   Así fue como los ventolines regresaron de su viaje por los cielos de la vieja Europa, acompañados de Adelfo y Elfita. Como único equipaje, la cáscara de una nuez, que las mágicas manos de una elfa artesana del Bosque Blanco, decoró con tanto primor que la convirtió en una diminuta obra de arte. Dentro venían las cenizas del bebé elfo.
   Se les dio la bienvenida organizando una carrera de escarabajos peloteros. El que llegara primero a la meta y llevara consigo la bola de estiércol más grande, sería el ganador. Su premio consistía en una cantidad de comida suficiente para que, durante tres meses, pudieran permanecer tumbados al sol. También hubo carrera vertical de ardillas. Fueron al álamo más alto de la Alameda. La ardilla que consiguiera subir y bajar diez veces el árbol, la primera, sería proclamada ganadora. El premio consistía en llenarle su despensa con los frutos secos que necesitase durante medio año. Todo este tiempo podría dedicarse a sus juegos preferidos y a tomar el sol asomada a la puerta de su hueco, que es lo que más les gusta a las simpáticas ardillas.
   Los recién llegados ocuparon la cueva de los Ojáncanos, en la Montaña. Blanquearon las paredes de su casa para que resultase más clara y más limpia. En un hueco natural de sus paredes de piedra, colocaron la nuez con las cenizas de su hijo. A su lado siempre había dos flores blancas que Elfita buscaba todas las mañanas en las inmensas praderas que rodean la cueva.
   Adelfo había trabajado, en su bosque, de controlador de las fuerzas de la naturaleza. Le fue fácil aprender unas lecciones que le dio el trasgo Asgo y fue nombrado su ayudante. Desde entonces ambos vigilaban el buen cumplimiento de la ley y el orden en el Bosque Encantado.
   Mientras la vida se deslizaba así de feliz, el Progreso en forma de víal, que los humanos estaban construyendo cerca de aquel maravilloso bosque, avanzaba a pasos agigantados. Los abuelitos Alba y Lauro estaban preocupados. ¿Destruirían su casita blanca de tejado rojo, y ventanas pintadas de verde?. ¿Talarían los árboles que daban cobijo a nuestros diminutos y mágicos seres?. ¿Romperían el encanto del Bosque Encantado...?FIN