Recuerdo, como
si fuera hoy, aquel final del verano de mil novecientos cincuenta
y ocho. Bajé de un autobús medio destartalado,
que con letras rotuladas en verde lucía en sus laterales
un nombre: La Línea. Llevaba en mi mano un maletín
marrón, recién estrenado. Me dejó en
medio de una carretera, desde la que apenas se divisaba la
torre de la Iglesia del pueblo al que me dirigía.
El autobús se perdió envuelto en una gran polvareda
que le ocultó apenas arrancó. Giré la
vista hacia todas partes y, como no había ser humano
a quien preguntar, decidí caminar por un sendero, que
me llevó directamente a la Plaza del pueblo. Parecía
un pueblo abandonado. Nadie que me pudiera indicar dónde
vivía la señora que me iba a alojar en su casa.
Mi primera impresión no pudo ser peor. Si embargo había
de todo: Un paisaje hermoso. Un río con cascada. Montañas,
entre grises y azuladas, guardianas eternas del pueblo y su
extenso valle. Frondosas arboledas que crecían por
doquier. Pero el que no apareciera ningún ser humano
a quien yo pudiera pedir información, me hizo sentirme
sola y triste. Yo venía de una Ciudad llena de gente,
de bares, de tiendas, de cines…Y ahora, dos horas más
tarde, había bajado aquí, en este pueblo: Álamos
del Valle. Bonito nombre para un lugar, aparentemente desierto…
Por fin, a lo lejos divisé a una joven asomada en el
dintel de la puerta de una casa de aspecto humilde, que hizo
ademán de desaparecer cuando me vio, y a la que hice
señas para que me esperase…
_Buenas tardes_, saludé dirigiéndome hacia ella.
_Buenas tardes_, me respondió con amabilidad.
Era una joven de mi edad, o tal vez algo menor. Me pareció
guapa, aunque vestía ropa humilde. Me causó
una gratísima impresión. Me presenté,
y en el poco tiempo que pude hablar con ella, observé
que sus gestos y palabras eran de persona educada.
_Por favor, ¿sería usted tan amable de indicarme
dónde vive la Sra. Carlota? Soy la nueva Maestra del
pueblo y ella va a alojarme en su casa_, le dije.
_Con mucho gusto_, me respondió con el mismo tono amable
de antes_. Me llamo Julia y vivo aquí_, me dijo señalando
su casa.
Me acompañó hasta mi nueva residencia y se despidió
antes de que yo llamara a la puerta. La señora de la
casa estaba haciendo su siesta. En los pueblos castellanos,
cuando el sol luce en todo su esplendor en lo alto de sus
cielos pintados de azul, ni un ser vivo osa cruzar la calle.
Los pueblos salen de su letargo, cuando el astro rey comienza
a declinar tras la montaña. Los ancianos se sientan
en los poyos de la Iglesia. Los jóvenes acuden a sus
citas. Los niños y niñas juegan en la Plaza.
Se organizan tertulias y se cuentan las novedades de lo que
ha pasado en el pueblo… Entre ‘dimes’ y
‘diretes’, ese día fui yo la noticia, a
falta de otra mejor. Y comenzaron las especulaciones: “Parece
una señoritilla de Ciudad”. “A ver si aguanta
vivir en el pueblo”. “Lo importante es que enseñe
bien a los chavales”. “Igual tiene novio en su
Ciudad y se va todos los fines de semana”. “Parece
guapilla…”
_Lo que más me llamó la atención fue
que la acompañara Julia_, me comentó la Sra.
Carlota, el día que llegué.
_¿Por qué? Fue la primera persona que me encontré
a la puerta de su casa, y se brindó a venir conmigo.
_No, ¡por nada, por nada!_. Me indicó la habitación
que me tenía reservada, y ahí acabó nuestra
conversación sobre Julia.
Los días siguientes a mi llegada estuve ocupada visitando
al Alcalde y tomando posesión de mi nueva Escuela,
de amplios ventanales y ubicada en el centro del pueblo. Cerca,
había un letrero que decía: ¡Bienvenidos
a Álamos del Valle! No era para mí la bienvenida,
era para todo el que llegaba. Días después yo
me preguntaba si hasta allí llegaría alguien
que no fuera un vendedor ambulante, un afilador, o el Recaudador
de Contribuciones.
Pronto me enteré de que sí llegaba gente: el
Médico una vez a la semana, si no había una
urgencia. El Veterinario cuando lo llamaban. El Sacerdote
todos los días a decir misa muy temprano. Los domingos
y las fiestas celebraba Misa Mayor, cantada en latín,
a las doce del mediodía. Vivían en La Villa,
a escasos dos mil metros de Álamos.
SIGUIENTE
|