Mª CONSOLACION CUESTA RODRIGUEZ

NARRADORA DE RELATOS CORTOS (Cantabria)
INICIO DATOS DE LA AUTORA LEER RELATOS NOVEDADES OPINIONES
 
NOVEDADES
LA SOMBRA DEL CACIQUE
“…Y si me dijeran que todo
lo que escribo será olvidado,
…seguiría escribiendo.
¿Para quién?, para nadie,
para mí mismo”
Jorge Luís Borges

Recuerdo, como si fuera hoy, aquel final del verano de mil novecientos cincuenta y ocho. Bajé de un autobús medio destartalado, que con letras rotuladas en verde lucía en sus laterales un nombre: La Línea. Llevaba en mi mano un maletín marrón, recién estrenado. Me dejó en medio de una carretera, desde la que apenas se divisaba la torre de la Iglesia del pueblo al que me dirigía.
El autobús se perdió envuelto en una gran polvareda que le ocultó apenas arrancó. Giré la vista hacia todas partes y, como no había ser humano a quien preguntar, decidí caminar por un sendero, que me llevó directamente a la Plaza del pueblo. Parecía un pueblo abandonado. Nadie que me pudiera indicar dónde vivía la señora que me iba a alojar en su casa.
Mi primera impresión no pudo ser peor. Si embargo había de todo: Un paisaje hermoso. Un río con cascada. Montañas, entre grises y azuladas, guardianas eternas del pueblo y su extenso valle. Frondosas arboledas que crecían por doquier. Pero el que no apareciera ningún ser humano a quien yo pudiera pedir información, me hizo sentirme sola y triste. Yo venía de una Ciudad llena de gente, de bares, de tiendas, de cines…Y ahora, dos horas más tarde, había bajado aquí, en este pueblo: Álamos del Valle. Bonito nombre para un lugar, aparentemente desierto…
Por fin, a lo lejos divisé a una joven asomada en el dintel de la puerta de una casa de aspecto humilde, que hizo ademán de desaparecer cuando me vio, y a la que hice señas para que me esperase…
_Buenas tardes_, saludé dirigiéndome hacia ella.
_Buenas tardes_, me respondió con amabilidad.
Era una joven de mi edad, o tal vez algo menor. Me pareció guapa, aunque vestía ropa humilde. Me causó una gratísima impresión. Me presenté, y en el poco tiempo que pude hablar con ella, observé que sus gestos y palabras eran de persona educada.
_Por favor, ¿sería usted tan amable de indicarme dónde vive la Sra. Carlota? Soy la nueva Maestra del pueblo y ella va a alojarme en su casa_, le dije.
_Con mucho gusto_, me respondió con el mismo tono amable de antes_. Me llamo Julia y vivo aquí_, me dijo señalando su casa.
Me acompañó hasta mi nueva residencia y se despidió antes de que yo llamara a la puerta. La señora de la casa estaba haciendo su siesta. En los pueblos castellanos, cuando el sol luce en todo su esplendor en lo alto de sus cielos pintados de azul, ni un ser vivo osa cruzar la calle. Los pueblos salen de su letargo, cuando el astro rey comienza a declinar tras la montaña. Los ancianos se sientan en los poyos de la Iglesia. Los jóvenes acuden a sus citas. Los niños y niñas juegan en la Plaza. Se organizan tertulias y se cuentan las novedades de lo que ha pasado en el pueblo… Entre ‘dimes’ y ‘diretes’, ese día fui yo la noticia, a falta de otra mejor. Y comenzaron las especulaciones: “Parece una señoritilla de Ciudad”. “A ver si aguanta vivir en el pueblo”. “Lo importante es que enseñe bien a los chavales”. “Igual tiene novio en su Ciudad y se va todos los fines de semana”. “Parece guapilla…”
_Lo que más me llamó la atención fue que la acompañara Julia_, me comentó la Sra. Carlota, el día que llegué.
_¿Por qué? Fue la primera persona que me encontré a la puerta de su casa, y se brindó a venir conmigo.
_No, ¡por nada, por nada!_. Me indicó la habitación que me tenía reservada, y ahí acabó nuestra conversación sobre Julia.
Los días siguientes a mi llegada estuve ocupada visitando al Alcalde y tomando posesión de mi nueva Escuela, de amplios ventanales y ubicada en el centro del pueblo. Cerca, había un letrero que decía: ¡Bienvenidos a Álamos del Valle! No era para mí la bienvenida, era para todo el que llegaba. Días después yo me preguntaba si hasta allí llegaría alguien que no fuera un vendedor ambulante, un afilador, o el Recaudador de Contribuciones.
Pronto me enteré de que sí llegaba gente: el Médico una vez a la semana, si no había una urgencia. El Veterinario cuando lo llamaban. El Sacerdote todos los días a decir misa muy temprano. Los domingos y las fiestas celebraba Misa Mayor, cantada en latín, a las doce del mediodía. Vivían en La Villa, a escasos dos mil metros de Álamos.

SIGUIENTE

página-01
Optimizada para resolución 800x600 Diseñada y Actualizada por Culturcan