El regreso de las ninfas

 

    Los trastolillos Tol y Toli estaban muy atareados aquella soleada mañana del mes de abril. Preparaban tortas con miel y nueces para invitar a todos los habitantes del Bosque Encantado.Sería una fiesta maravillosa..Habían regresado Náyade, ninfa de los manantiales, y Meliade, ninfa de los fresnos, y tenían que celebrarlo. Ayudados por los abuelitos Alba y Lauro, les prepararían una bienvenida que nunca olvidarán.
    Tol y Toli fueron recogidos por los caritativos ancianos, hacía ya mucho tiempo, un día de ventisca y nieve, cuando estaban a punto de morir de frío y hambre, en medio del bosque cubierto por un helado manto blanco. Eran unos diminutos duendecillos traviesos que disfrutaban haciendo sufrir a los humanos arrojándoles piedrecillas, escondidos entre las ramas altas de los árboles. Tenían mucho miedo de esos seres gigantes que avanzaban por los senderos y las praderas pateándolo todo con sus enormes pies, protegidos con aquellas botazas. Ellos, los trastolillos, huían despavoridos cuando oían sus pasos.
    Una cruda noche de invierno, sentados con los abuelitos cerca del fuego del hogar, fue la abuelita quien les dijo:
    _ Pequeños, ya va siendo hora de que dejéis vuestras travesuras y os dediquéis a hacer cosas buenas_.
    _ Te lo prometemos, abuelita Alba_, respondieron al unísono Tol y Toli, mientras depositaban un sonoro beso en las mejilla de la anciana. Desde entonces nunca más volvieron a sus ingenuas diabluras.
    En la casita blanca de tejado rojo y ventanas verdes, rodeada de flores, árboles, pájaros y ardillas, vivían felices los ancianos y los trastolillos, ajenos al Progreso que avanzaba amenazador, talando árboles y contaminándolo todo...Ellos, Lauro y Alba, eran los únicos seres humanos capaces de comunicarse con esta diminuta fauna de nuestro cuento, porque creían en ellos, y los amaban...
    Dos días antes de la fiesta, el trasgo Asgo,montado a lomos de los caballitos voladores del Hada, recorrió los bosques, valles, praderas y montañas, `para invitar a hechiceras buenas, enanos, geniecillos y demás seres mitológicos cántabros. Llegó hasta el Mar y se acercó hasta la roca de la sirenita Irene. Le habló de la fiesta del Bosque Encantado y ella se puso triste.
    _Tú sabes que yo soy mitad doncella, mitad pez, y mis piernas son sólamente una hermosa cola llena de escamas, parecida a la de los demás seres marinos. No puedo vivir lejos del agua salada porque me moriría, amigo Asgo, pero celebro la noticia_. Le respondió con su hermosa voz, con la que deleita a los pescadores que faenan bajo la luz de la Luna. Ella vive muy sola, pero espera que Poseidón, el dios de las profundidades de los Océanos, guíe hasta ella al Hombre Pez, y nunca más sus hermosos ojos derramarán lágrimas saladas sobre el agua del mar.
    Asgo, nuestro mensajero, cuando llegó al Bosque Encantado, no era el duende ejemplar que es ahora. Era un perseguidor y maltratador de ardillas, a las que arrojaba piedras y palos. Los buenos consejos del hada Jana, le convirtieron en el mejor guardián y protector del lugar y de los diminutos seres que en viven en él. Patrulla el Bosque con un palo al cinto, y hace respetar las leyes, controlando a los malhechores, que haberlos, hailos...
    Y por fin llegó el esperado día. Vinieron invitados desde los más apartados lugares. Se concentraron en la explanada del Bosque. Alfombras de flores multicolores cubrían el suelo. El Sol, siempre puntual y madrugador, fue el primero en asomarse allá por el horizonte. El velo blanco de nieve, que todavía cubría la cúspide de las montañas más altas, brilló con los primeros rayos. Hoy era un día muy especial. Náyade y Meliade serían coronadas con una diadema de estrellas, que el hada Jana, le había arrancado al cielo de una noche estrellada, con su varita mágica.
    Sólamente la familia de ojáncanos formada por Cano y Cana, padres de Canito, único hijo de la pareja, no fueron invitados a la coronación. Vivían en una cueva de la montaña, donde fueron desterrados por su mal comportamiento. Eran incapaces de convivir con los demás. Hacía mucho tiempo, la abuelita Alba subió a verlos y desde la puerta, porque no la invitaron a pasar, les dijo:
    _Vengo a hablar con vosotros para que me expliquéis por qué habéis cegado en una noche los manantiales y cortado los fresnos, obligando a Náyade y Meliade a buscar un lugar para vivir en otro bosque.
    _¡Lárgate vieja del diablo!_,contestó el ojáncano padre, soltando una risotada y mirándola con el único ojo que tenía en medio de la frente.
    _ Si no te vas, te echaremos a rodar montaña abajo_, chilló Cana Mientras ésto sucedía, Canito el travieso cíclope, se entretenía en empujar por la ladera a todos los escarabajos peloteros que encontraba. Y con su tirachinas apuntaba a las ardillas que salían a tomar el sol a la entrada del hueco del árbol donde vivían.
    Explicado el motivo por el que los impresentables moradores de la montaña no fueron invitados, seguiremos con los preparativos de la fiesta. El lugar bullía de geniecillos con gorros y botas rojas. De duendes vestidos de azul y blanco. De hechiceras con capas y capuchas negras. De ninfas con largos cabellos sujetos con coronas de flores, y vestidas con túnicas transparentes como el agua...
    De repente enmudeció la multitud. Los pájaros dejaron de cantar en las ´ramas de los árboles. Todos los ojos se volvieron hacia la senda de los álamos. En una carroza tirada por dos caballitos, se acercaban Náyade y Meliade acompañadas del hada Jana. El corazón del trasgo Asgo latió con fuerza. Siempre había estado enamorado de la ninfa de los manantiales. Pero él era tan insignificante...Se veía tan feo cuando se miraba en la charca de las cïgüeñas. ¡ Ella era tan hermosa!. Sabía que era un sueño imposible y se conformaba con mirarla.
    Cuando descendieron de la carroza, un ¡oooh! de asombro se escapó de la boca de todos los presentes. Bajó el hada hermosa como una virgen. Con su manto plateado y su corona de flores blancas deslumbró a los asistentes. En su varita mágica, llevaba una estrella. A continuación lo hizo Náyade. Su larguísimo cabello dorado, estaba sujeto por una diadema de margaritas y su traje era azul como el cielo. Sus ojos, como dos aguamarinas, sonreían a la asombrada multitud, que después de un corto silencio, rompió en aplausos.
    Meliade con su túnica transparente verde esmeralda cuajada de pétalos de flores, y sus ojos haciendo juego con el color de su vestido, descendió la última. Su pelo negro azabache, brillaba bajo los rayos del sol de la mañana. Se colocaron en lugar preferente, al lado de Alba y Lauro que presidían la fiesta, y comenzaron las actuaciones. Jana colocó sobre la cabeza de las ninfas, una corona de estrellas.
    Mientras los enanos saltarines deleitaban a la multitud con sus cabriolas, y las brujas buenas realizaban sus exhibiciones de vuelos sin motor montadas en sus escobas, los ojáncanos de la montaña. descendieron de su cueva, se escondieron entre las sombras de la noche, y saquearon las despensas de los pacíficos habitantes del Bosque Encantado. Les dejaron sin sus provisiones de frutos secos, hierbas aromáticas y miel que, bien repartidos, deberían llegar hasta la próxima recolección en el otoño.
    La fiesta terminó bien entrada la noche, cerca ya de la madrugada. Una Luna llena y reluciente inundaba de claridad el Bosque. A la mañana siguiente Alba y Lauro, los abuelos, y toda la simpática fauna del lugar, se dieron cuenta de que no les quedaban alimentos. Supieron, sin dudarlo, quiénes habían sido los autores de la fechoría. Se lo comunicaron al hada Jana y al trasgo Asgo, que eran los únicos seres capaces de hacerles entrar en razón. En las primeras horas de esa misma tarde, decidieron visitar a los culpables.
    _¡Salid enseguida de vuestro escondite!. Venimos a dialogar con vosotros_, dijo el hada con voz un tanto airada.
    Como no obtuvieron respuesta, esta vez fue el vozarrón de Asgo quién les amenazó:_ Si no salís por las buenas, entraré yo a buscaros. Es un asunto muy serio el que nos ha traído hasta aquí_.
    Por fin aparecieron cabizbajos, desgreñados y sucios, Miraron fijamente con el único ojo que tenían a Jana, que no se inmutó.
    _Tú dirás por qué os habéis dignado venir hasta nuestra humilde morada_, dijo Cano haciendo una falsa reverencia delante del hada, que imitaron su esposa Cana y su hijo Canito. Y prosiguó el ojáncano:
    _Nosotros no hemos hecho nada malo, que sepamos. Siempre que os acercáis hasta aquí es para hacernos reproches. Pero esta vez os equivocáis. ¡ Te lo juro!_.
    _¡No jures en falso!. Sabemos con certeza que habéis saqueado las despensas durante la fiesta. Os damos veinticuatro horas para que lo devolváis todo y otro día para que os alejéis de estos lugares. Si no obedecéis, volveremos, y con mi varita mágica os convertiré en tres escarabajos peloteros, como los que vuestro hijo se entretiene en hacer rodar montaña abajo, porque no pueden defenderse_, amenazó Jana.
    Los malvados ojáncanos hicieron el hatillo con las pocas cosas que tenían y se fueron. No se supo dónde. Desde entonces, nada ni nadie perturba la paz de estos mitológicos seres, que han sido creados por la fantasía de los humanos, y que la imaginación se encargará de recordar siempre. Aunque, tal vez, la casita de Alba y Lauro y el Bosque Encantado, que son los únicos protagonistas reales del cuento, desaparezcan, en nombre del Progreso, devorados por el asfalto de una autovía, o quién sabe por qué... FIN