Missy, nacida libre

 

Dedicado a ti, Nieves, para que no olvides a Missy
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Tú, Missy, te has ido por Navidad, cuando todo el mundo suele volver. Desapareces sin dejar rastro. Nos has dejado con la incertidumbre de cuál habrá sido tu destino. No te puedes imaginar todo lo que se me ocurre para justificar tu ausencia. Pero tú, ¿qué vas a imaginar?, si eres una gatita, y seguro que en tu cerebrillo sólo tienes ratones y pájaros a quienes perseguir, porque eso es lo que a ti te gusta. Una mañana de finales de verano, traías en tu boca un pajarillo diminuto, ya muerto, y lo dejaste a mi lado. Mientras comías las croquetas que yo te había bajado, lo cogí y lo metí entre los arbustos. Cuando terminaste de comer, volviste a buscarlo. Se me olvidó que era tu trofeo de caza, y que me lo trajiste porque te sentías orgullosa de él.

No queremos pensar que no volveremos a verte. Son mil cosas las que se nos vienen a la cabeza: Tal vez te has cambiado de Barrio porque en éste hay demasiados perros dispuestos a perseguirte. Pero trepabas con agilidad a los árboles, y en lo alto te sentías a salvo. ¿Has encontrado otras Dueñas que te cuidan tan bien como lo hacíamos nosotras, Nieves y yo, y decidiste irte?. ¡Qué ingrata has sido , pequeña Missy!. Yo sé que los felinos sois animales muy independientes, y tal vez ese afán de protección que teníamos recogiéndote cada noche, para que no te mojaras, ni pasaras frío, ha sido el desencadenante de tu abandono. Cada mañana temprano, después de alimentarte bien, recobrabas tu libertad. Porque tú naciste libre.

No queremos ni imaginarnos, siquiera, que te han mal herido y te has ido a morir entre la floresta verde de las huertas que hay en la parte baja de nuestra Urbanización, al otro lado de las verjas que nos separan de las vías del tren. Tampoco quiero creer que te has subido a uno de los inumerables vagones, que hay estacionados en las vías, y has emprendido un viaje sin retorno, en contra de tu voluntad. ¡Oh, Missy, gatita linda!, la incertidumbre me hace sufrir. Me gustaría volver a verte, y si después te ibas otra vez, sabría que habías encontrado un lugar mejor para vivir. Y pasarías a formar parte de un bonito recuerdo en mi vida..

Ojalá, Missy, que una persona amante de los animales, haya decidido recogerte y adoptarte, y mientras yo escribo tu pequeña historia, estés cómodamente instalada en el sillón del salón de su casa, como está Catiblú, mi gatita siamesa, aquí, junto a mí. Esto es lo que de verdad te deseo. Si esa persona te quisiera la mitad de lo que te queremos nosotras, estarás bien.

Te colaste en nuestras vidas de forma un tanto misteriosa. Apareciste entre los arbustos un día a finales de verano. Tendrías unos dos meses de vida. Estabas delgadita, y junto a ti había otro gatito, que también era gris oscuro y blanco. Seguramente érais supervivientes de la misma camada. El otro venía mal herido, y unas niñas de la Urbanización lo recogieron y lo llevaron al Veterinario. Después terminaron adoptándolo. Tú eras hembra y te quedaste solita. Un día que yo venía de la Farmacia saliste a mi encuentro, me miraste con tus ojitos color esmeralda, y maúllaste pidiendo algo. Subí a casa, cogí un plato de croquetas de Catiblú, y te las bajé. Nieves, mi vecina del tercero, decidió darte de comer por la tarde, y yo por la mañana. Si ella se iba, te quedabas a mi cuidado. Nunca estuviste desatendida. Fuiste creciendo, y te pusiste gordita y lustrosa. Eras preciosa y cariñosa. Acudías puntual a tu cita con la comida y con nosotras.

Cuando empezó a hacer frío, decidimos recogerte y dormías en los bajos del portal. Cuando cesaba de entrar gente, subías y dormías en la alfombra. Nunca manchaste nada. Yo cada mañana te bajaba el plato de galletitas y tú te las comías a la vez que jugabas conmigo y ronroneabas. Esta era la cita que teníamos al clarear el día, a la que acudíamos encantadas las dos. Los que no conocían tu nombre, te llamaban la gata del Portal 1. Nosotras te pusimos Missy, en recuerdo de otro gatito que también formó parte de mi familia, y se llamaba como tú. ¡Oh Missy, Missy!, ¿dónde estás?. Yo sé que no nos has abandonado voluntariamente.

Hoy es treinta y uno de Diciembre, último día del año 2003. El cielo está azul y la temperatura agradable para los días en que estamos. Me asomo por la terraza con la esperanza de verte corretear por el jardín, especialmente por el que está frente a mis ventanas. Allí te entretenías persiguiendo todo lo que se movía, o tomabas el sol al abrigo de un arbusto, cerca de un sauce llorón, al que te subías si presentías un peligro. Mis ojos se pierden por la carretera que lleva al Portal 5, con la esperanza de verte. Era un recorrido que solías hacer pegada al muro con verjas que la rodea para saltar sobre él, y escabullirte de cualquier peligro.Ya llevo así muchos días, y estoy perdiendo la esperanza. Al principio siempre creía que en cualquier momento podrías volver.

La última mañana que te vi, estabas esperándome sentada en los ventanales, en el interior del Portal 1. Era tu portal, Missy. La mañana estaba lluviosa. No comiste muchas galletitas. Querías salir a la calle. Tendrías ganas de hacer tus necesidades y te abrí. Te fuiste un ratito y volviste para seguir comiendo. Jugaste un poquito restregándote por mis botas. Luego te sentaste frente a mí, y me miraste fijamente con tus ojitos de color esmeralda. Después desapareciste entre las luces y las sombras de aquel amanecer lluvioso. Te fuiste, cerca ya de Navidad, tan misteriosamente como habías aparecido a últimos de verano.

Y ahora, Missy 2, sólo me queda tu recuerdo. Eres el último de los “bichos”, dicho con todo el cariño del mundo, que han formado parte de mi familia a lo largo y ancho de mi vida. El primero que recuerdo fue Blas, el primer felino que conocí. Era gris vivía en casa de mi abuelo, durante el día dormía siempre. Por la noche desaparecía y volvía de madrugada. Mientras dormía, abría sólo un ojo cuando algo o alguen se acercaba. Después fue Ton, el perro que vivía en casa de mi padre, que salía a las puertas de la finca en la que vivíamos cuando oía el silbido del Cartero, y que llevaba la correspondencia a la mesa de la marquesina, entre sus dientes, y jamás la soltaba antes. Conocí a Moro, un perro negro, abandonado, en un pueblo donde fui a ejercer mi profesión. Acudía cada mañana a la Escuela durante el tiempo de recreo, porque los niños le daban trocitos de pan y chorizo. También nos acompañaba en las escursiones por los campos cercanos. En otro pueblo tuve una gallina a la que daba trocitos de pan, y entre la leña dejaba un huevo cada día. No era de nadie. El Alcalde me dijo que me comiera el huevo y que me aprovechara. Mi relación con “Gilda”, que así llamaba a la gallina, terminó cuando cambié de pueblo. Me costó olvidarla. Luego tuvimos a Linda, una perrita diminuta de color canela que se subía al moisés de mi hija, y tuvimos que regalársela a un amigo, con dolor de nuestro corazón.

Posteriormente tuvimos un perro grande, y muy ligón. Se llamaba Rincog. Se escapaba de vez en cuando, y supimos que su novia era la perra de los Alunda, unos gitanos que vivían a la salida del pueblo. Para el amor no existen clases sociales. A la vez teníamos a Missy 1, que cuando llovía se metía en la caseta del perro y le hacía salirse. Le trajo mi hijo de la Universidad de Valladolid, cuando sólo tenía días de vida. Vivió con nosotros catorce años. Actualmente viven conmigo Ciro, mi perrillo faldero, sin pedigrí, al que no le gusta bañarse y cuando oye llenarse la bañera y las palabras: “bañar al perro”, se esconde debajo de una cama y Catiblú, mi gatita siamesa, a la que le encanta ver bañar a Ciro desde lo alto del lavabo. Ellos no son mis mascotas, soy yo la mascota de ellos. Se me olvidaba que también tuve un pajarillo, que seguramente se murió de tristeza, encerrado en una jaula. Le juré, con lágrimas en los ojos, cuando lo enterré en una cajita, que jamás volvería a tener un pajarillo enjaulado.También son parte de mi vida, los perros de mi hija: Coco, la perrilla de aguas, madre de Ciro. Uvag, perro de caza, que encontró mi hija abandonado, y que cuando aparecieron los dueños, se negó a volver con ellos. Y por último Troila, la perrita que adoptó mi hijo de la perrera, y que recogió mi hija, porque él, por motivos de su enfermedad, no pudo hacerse cargo de ella. También cuidé de Linda ll, una perrita tuerta, recogida de la calle, pero a ésta, le he dedicado un cuento aparte, titulado “La perrita sin nombre”.

Sirva este breve recordatorio de los animales que ha habido en mi vida, como un pequeño homenaje a ellos, que tanta compañía me hicieron. Y me hacen. Y tanto cariño me han dado. Y me dan. Ellos me esperaban, y me esperan siempre, cuando yo regreso a casa. Su desaparición me ha producido una inmensa tristeza y, todavía hoy, su recuerdo me llena de melancolía.

Antes de poner punto final al relato de las mascotas de mi vida, quiero dedicarle un recuerdo a Pobby, la paloma sin alas y con el pico cruzado en aspa que sólo podía comer papillas... La dejaron abandonada sus padres en una de mis jardineras, a seis pisos de altura, porque formaba parte de los renglones torcidos de la Naturaleza... Yo la cuidé hasta que un día la encontré muerta, cuando estaba preparándola un alojamiento cálido para pasar el invierno. Hoy duerme el sueño eterno de los pájaros minusválidos en un rinconcito de la jardinera en la que vivió, debajo de un arbusto de florecillas moradas... FIN