Luna de hiel

 

    Se fueron de luna de miel. Apenas hacía cinco horas que se habían dado el sí delante de un Juez, y ya habían tomado en la estación de Atocha en Madrid, el AVE, que les llevaría a la de Santa Justa en Sevilla, donde pasarían unos días de descanso. Aprovechando el viaje, su esposo, haría unas gestiones para la importante Agencia Inmobiliaria, de la cualera ya Gerente, en su recien estrenado empleo.
    Sentada frente Alfonso tenía la impresiónde que apenas lo conocía. Sabía tan poco de él. El tren devo-raba quilómetros y paisaje. Su esposo leía un libro, y ni siquiera se fijaba en ella, que hubiera preferido que le dedicara su atención y algunas caricias. Eso llegaría más tarde, cuando estuvieran en la intimidad de la habitación del hotel. A la vuelta del viaje, vivirían con los padres de él, mientras ahorraban para dar la entrada de un piso.
    A Carlota le hubiese gustado casarse de blanco, y en su viaje de novios visitar una isla del Caribe, zambu-llirse en sus cálidas aguas y tostarse en las doradas arenas de sus playas, pero su modesta economía no se lo permitía.
Conoció al que hoy era su esposo, en la parada de un Autobús Municipal, hacía tan solo diez meses. Entonces buscaba traba-jo. Fue un flechazo a primera vista. Eso es lo que ella pensó, cuando a los seis meses del primer encuentro, este joven apuesto, que parecía tener prisa en formar pareja con ella, le propuso matrimonio civil. Pasado el tiempo, si todo iba bien, formalizarían su unión por la Iglesia, le prometió. A Carlota, que compartía piso con otras tres compañeras del Centro Comer-cial donde trabajaba como administrativa, la idea de vivir para siempre con aquel hombre maravilloso del que estaba perdidamente enamorada, le parecía un sueño.
    En la estación de Sevilla les esperaba Carlos, un amigo de Alfonso que había firmado como testigo en su enlace, y que varias veces había compartido almuerzo con ellos en Madrid. Le fue presentado como hijo del dueño de la Empresa donde trabajaba su marido. Había llegado media hora antes en avión a la ciudad, y juntos deberían resolver asuntos relacionados con el trabajo.
    Pasaba horas y horas completamente sola en la habitación del hotel. Su noche, la de novios, había sido decepcionante. Comenzó a pensar, y llegó a la conclusión de que tal vez algo le iba mal en sus gestiones, y por eso, apenas tenían intimidad. Tendría paciencia. Cuando regre-saran todo cambiaría. Estaba segura de que él estaba enamorado de ella.
    Decidió salir a dar un paseo. El cielo azul y el bullicio de la capital hispalense, alegraron el ánimo de Carlota. Apenas se sentó en la terraza de una Cafete-ría, a través del cristal, vio a su esposo y a Carlos. Le llamó la atención la actitud cariñosa de ambos. Decidió escon-derse. Se levantaron. Les siguió. Se fueron a un hotel, por supuesto, diferente al que ocupaba con ella. Entró y decidió esperarles en el vestíbulo. Seguramente estarían hablando de negocios. Aunque la actitud de ambos en la cafetería era...¿demasiado tierna?. Recordarlo hizo que su corazón palpitara con fuerza. No podía ser lo que estaba pensando. Sin duda su imaginación estaba loca. Se pasó la mano por la frente, como si quisiera borrar esos pensamientos, que la torturaban. La espera se le hizo eterna. Por fin salieron. La sorpresa de su esposo cuando la vio esperándole, le hizo enrojecer hasta las orejas.y perdió los papeles. "Mis padres sospechaban que mis tendencias sexuales no son las que ellos hubieran deseado y me presionaban continuamente para que contrajera matrimonio "como Dios manda", decían ellos, y así cesarían las habladurías del barrio y por fin podrían respirar tranquilos", le explicó sin atreverse a mirarla a la cara.
    Los oscuros ojos de Carlota se llenaron de lágrimas. Sólo acertó a preguntar: "¿Por qué me elegiste a mí para representar este humillante papel...?". "Porque a ti también te quiero", respondió su esposo sin levantar la mirada del suelo.
    A la mañana siguiente Carlota regresó a la capital de España sola, y con el corazón destrozado. Su matri-monio y su luna de hiel, habían terminado. FIN