¡Qué rato llevaba con el dichoso problemita!. No había forma
de saber a qué hora se encontrarían los dos trenes que salían
en direcciones contrarias. No acababa yo de pillar lo de las velocidades uniformemente
acelerada y uniformemente retardada. Con esta dificultad añadida, el
problema se complicaba un montón. ¡Vamos, que no era mi día
de suerte!. Y si además el examen influiría en la nota media del
trimestre, la solución me estaba resultando poco menos que imposible...
¡No sé cuántas veces había leído el enunciado!.
Lo sabía de memoria...
_María, descansa unos segundos, verás como cuando
vuelvas a leer el problema te será más fácil.
No podía dar crédito a lo que oían mis
oídos. Mi lapicero me había hablado a mí. Me había
llamado por mi nombre.
_Oye, lapicero, es imposible que me estés hablando.
Los lapiceros no habláis.
_ Pues no, normalmente no hablamos. Pero te noto tan cansada,
tan confusa mentalmente, que he decidido distraerte_ respondió el lapicero
de madera negra y brillante, sobre el cuál se leía en letras doradas,
“Alpino”, escritas desde arriba hacia abajo.
_ ¿Me dejas que te llame Alpi?. Así te distinguiré
de los demás lapiceros, ya que, desde luego, eres diferente...
_Sí, claro que sí, María. Me encanta
que me llames Alpi.
_ Tú eres un lápiz mágico, insólito,
único...Hasta hoy, jamás me había hablado antes un lapicero.
Siendo como eres, mágico, tal vez pudieras resolverme este problema,
y así me subirían la nota de Física.
_Me abrumas, amiga, con tantos calificativos. Pero no, y créeme
que lo siento. Eso es imposible. ¡Qué más quisiera yo!.
No estoy capacitado para resolver problemas, ni para hacer redacciones, ni siquiera
puedo marcar una simple raya; si tu mano no me coge y me guía. Soy como
una guitarra. Si unos dedos no rasguean sus cuerdas, permanecerá muda.
Yo sin unas manos que me manejen, permanecería inmóvil.
_ Entonces hablemos, Alpi. Hablar contigo es lo más
increíble que me ha sucedido nunca. Así que los lapiceros, como
nosotros los seres humanos, tenéis una historia que contar...
_¡Claro, María!. Todos los seres animados e inanimados,
tenemos una vida. No como la vuestra, que sois personas. Vuestros sentimientos
son más intensos. Pero nosotros, los lapiceros, también tenemos
nuestras pequeñas historias, tal vez menos interesantes que las vuestras,
pero historias, al fin y al cabo.
_¡Estoy asombrada. No me lo puedo creer!.
_ Pues así es, aunque no lo creas...
Se me olvidó que el tiempo pasaba, y que yo no hacía
nada por seguir adelante buscando la solución del problema. En aquellos
momentos, todo había dejado de ser importante para mí. Descubrir
que mi lapicero hablaba, era sin duda algo que jamás hubiera imaginado
que podría suceder. Y si mi compañero de tareas escolares, no
sólo hablaba, si no que me había dicho que había tenido
una vida antes de conocerme a mí; que me la contase, se había
convertido en un asunto primordial.
_Háblame de ti, Alpi _insistía yo una y otra
vez_. Después te hablaré de mí. Aunque yo creo que tú,
de mí, lo sabes casi todo, ¿no?.
_Pues no, no puedo saberlo, María. Cuando no me utilizas,
me encierras en tu estuche de madera, y lo depositas en el fondo de tu cartera,
debajo de los libros. Como puedes comprender, yo no puedo seguir tus pasos.
Te oigo decir que te vas a la calle, pero ni te veo, ni me llevas contigo.
El sol entraba a raudales por las enormes cristaleras de los
ventanales del aula. Mis compañeros seguían inclinados sobre sus
exámenes, intentando resolver todas las cuestiones. Y yo, mientras, hablando
con un lapicero. Definitivamente, debo estar volviéndome loca. O tal
vez estoy soñando despierta.
_Yo prefiero que intentes resolver el problema_ insistió
la vocecilla de Alpi_ pero si no puedes, hablemos, y cuéntame algo de
ti, amiga, que los lapiceros, aunque parezca mentira, también somos curiosos.
_No sé qué contarte, querido lápiz. Mi
vida en la Ciudad es aburrida. Del Instituto a casa, y de casa al Instituto.
Y así siempre. En vacaciones sí que me lo paso bien en el pueblo
de mi madre. Ella murió cuando yo tenía poco más de un
año. Mi hermana, recién nacida, murió un mes después.
Soy la mayor de cinco hermanas. Pero me siento sola, que no quiere decir que
lo esté, por lo menos, físicamente. Ya se lo he contado a mi Diario.
Tú no lo sabes porque para escribirlo no te utilizo a ti; lo hago con
pluma y tintero. ¡Y ni te imaginas los chapones de tinta que se me caen!.
Pero me da igual, y muchas veces ni los borro. Lo tengo escondido, y sólo
lo sabes tú. Mis cuatro hermanas son hijas de la actual mujer de mi padre.
No creas que soy una niña muy obediente. Soy rebelde y protestona. Creo
que nadie me quiere. Bueno, mi padre sí, pero apenas tiene tiempo de
demostrármelo. Desempeña dos trabajos: Funcionario de la Administración
de Justicia y Contable de una panadería. De esta forma nos saca a las
cinco hijas adelante y nos puede comprar libros, lapiceros, cuadernos y todo
el material escolar que necesitamos.
_Si es verdad lo que me cuentas, que no lo dudo, no te diviertes
mucho en la Ciudad, querida amiga. Entonces, cuando sales a la calle, ¿dónde
vas?
_ Me voy al Parque del Salón, que rodea el Instituto,
y allí, algunas veces, veo al chico que más me gusta. Te voy a
contar mi mayor secreto, Alpi. Espero que a nadie se lo cuentes jamás.
Creo que estoy enamorada de ese chico, y es el que se sienta en el pupitre situado
dos delante del mío. Se llama Eloy. Él ni lo sabe, ni siquiera
se fija en mí. Quizás como sólo tengo doce años,
nadie se cree lo de mi enamoramiento, ¿sabes?. ¡Claro, que a nadie
se lo digo!. Tal vez sólo me gusta. No lo sé.
_No te preocupes, aunque parezca mentira, los lapiceros también
sabemos guardar un secreto. Puedes estar segura de ello.
_ Confío en ti, querido amigo. Te prometo que cuando
estés desgastadito, y apenas seas una colilla de lápiz, te meteré
en mi baulito de madera, que es precioso. En él guardo los únicos
tesoros que tengo: la medallita de mi Primera Comunión, los pétalos
secos de una rosa roja y unos versos de amor, anónimos, que me dejó
en el cajón de mi pupitre un compañero, a quien no conozco. ¿Sabes
lo que decían? Te los voy a recitar, porque me los sé al pie de
la letra:
“¡Qué bonita eres, María!.
Contigo sueño noche y día.
Me hace cosquillas el alma,
cuando me miras...”
Seguro que estarás pensando que son unos versos muy
cursis. Pero a mí me emocionaban tanto cuando los leía... Y eso
que no sabía de quién eran. Soy muy romántica ¿sabes?.
_Amiga, me ha encantado la pequeña historia de tu vida.
¡Qué bonitos versos! También yo soy romántico, aunque
te cueste creerlo, por eso de que sólo soy un trozo de madera con una
barra de grafito por dentro. Sí, soy sólamente un lapicero, pero
también tengo mi pequeña historia de amor...
_ ¡Cuéntamela, Alpi!. Anda, cuéntamela,
¡por favor!.
_ No, ahora, no, María. Tienes que leer el problema
otra vez, e intentar solucionarlo. Si no lo haces, el tiempo se te termina y
suspenderás la asignatura. ¿Comprendes?. Después seguimos
hablando...
Enmudeció el lapicero. Tan desconcentrada estaba, que
no conseguía entender el enunciado del problema, y mucho menos resolverlo.
La profesora anunció que apenas quedaban treinta minutos para el final
de la clase. Eso, lejos de ayudarme, me ponía más nerviosa. No
se me daban mal las Ciencias, pero estaba claro que éste, no era mi día
de suerte. Siempre me han gustado más las Letras.
_Háblame de ti, Alpi. De tu vida antes de conocernos...!
No te preocupes por el examen. No sacaré la nota máxima, pero
no lo voy a suspender. Nunca dejo asignaturas para septiembre, aunque suspenda
un parcial.
El silencio de la clase era absoluto. Mis treinta compañeros,
seguían con sus cabezas inclinadas sobre el folio del examen, tratando
de resolver todas las cuestiones. Los más atrevidos, copiaban las fórmulas
directamente de las chuletas que llevaban escondidas, ¡sabía Dios
dónde!.Yo siempre fui una inútil para copiar. Miré unos
momentos a Eloy. Seguro que ya tenía la solución. Es uno de los
más inteligentes de la clase, sobre todo en las asignaturas de Ciencias.
En las de Letras le ganaba yo.
_Yo creo que deberías intentar resolver el problema,
María_ insistió Alpi.
_ Ya ni me molesto. Las otras cuatro preguntas las tengo resueltas,
y estoy segura de que están bien. Así que, o me cuentas tu vida,
si es que los lapiceros la tenéis, o te guardo en el estuche, y me voy
de la clase.
_ ¡Bueno, bueno, María, no te pongas así!.
Como siempre, tú ganas...
Después de unos segundos de silencio, la vocecilla
de Alpi llegó a mí, yo diría que, ligeramente emocionada...
_Mis orígenes están en un bosque de alta montaña.
Concretamente, en un pinar. Era un lugar tranquilo, con aire puro, y olor a
campo y a libertad, que hace ya mucho tiempo que no siento...
Yo procedo de un pino. Un árbol alto, algunos llegan
a alcanzar treinta metros de altura, esbelto, de hoja perenne y una madera muy
cotizada, que tiene múltiples aplicaciones. Su fruto es la piña,
y la semilla es el piñón. Éstos son mis parientes más
cercanos. Un buen, o mejor dicho, mal día, llegaron varios hombres armados
con sierras mecánicas y casi arrasaron el pinar. Transportaron los árboles
en camiones y los llevaron a una serrería. Los cortaron en troncos todos
de la misma longitud, y los almacenaron. Después los serraron en tablones
de distintos grosores y fueron vendiéndoselos a constructores y fabricantes
de muebles. No entraré en detalles, porque la historia se haría
interminable. Los trozos de madera más pequeños, eran adquiridos
por artesanos que elaboraban objetos de adorno. Otros, eran llevados a fábricas
donde se elaboraba todo clase de material escolar. Yo salí entre miles
y miles de lapiceros de todos los colores. A mi me tocó ser negro, mi
barra es de grafito negro y escribo negro. A mis parientes de colorines los
distribuían en cajas de seis, doce y veinticuatro, y los vendían
juntos. A los hermanos negros nos vendían solos. Y nos considerábamos
muy importantes. Pero a los niños les encantan los lápices de
colores, porque con ellos se entretienen, dibujan y colorean. Con nosotros,
los negros, hacen los trabajos más serios y aburridos... En una librería
me compraste tú. Cuando te vi me gustaste. Desde el principio me trataste
bien. Me cuidas. No estás todo el día en la papelera con el sacapuntas,
nuestro mayor enemigo.
_ Me encanta tu historia, Alpi. Tienes que saber que te cuido
tanto porque mi padre, que tiene que comprar lapiceros para cinco hermanas,
conmigo, nos riñe si os gastamos muy pronto. De ahora en adelante, te
cuidaré todavía más porque eres muy especial, lapicero
amigo.
_A veces estoy triste, ¿sabes?. Sobre todo si me colocas
junto al sacapuntas. No me gusta nada. Nos hace todo el daño que puede
cuando afiláis nuestra punta. Nos rompe una y otra vez, para acabar con
nuestra vida. Es un sádico. Sin embargo me encanta la goma, tan esponjosa,
tan sonrosada, tan suave... Cuando tú haces que yo cometa un error, ella
me borra y es como si me acariciara...
_ ¡Oye, Alpi, cualquiera diría que estás
enamorado de la goma! .
_No, no, María.No estoy enamorado de la goma. Me encanta
estar al lado de la pintura azul celeste. Porque éste era el color del
cielo del pinar de mis antepasados. Y creo que hasta me estoy enamorando de
ella.
_Bueno, bueno, ¡qué sorpresa!. Te prometo que
a tu lado estará siempre Celeste. Así llamaremos de ahora en adelante
a la pintura azul clara. Y cuando sea una colillita de pintura, estará
contigo en mi baulito de madera. Que es precioso, y quizás también
sea de pino y , por lo tanto, pariente tuyo . Ahora te tengo que meter en el
estuche, Alpi. Adiós.
_ Hasta luego, María.
La profesora avisó del final del tiempo, y una vez
entregado el examen, salí de clase sin esperar a ninguna compañera.
Fuera, el día me pareció que era especialmente luminoso. Aunque
mi control no había sido un éxito, yo estaba alegre. El diálogo
entre mi lapicero y yo fue un secreto que guardé siempre. Sólo
hice partícipe de él, a mi Diario.
Han pasdo muchos años. Durante varios, conservé
el baulito con mi medallita, mis pétalos secos de una rosa roja, los
versos de amor y las colillitas de Alpi y Celeste. Y no sé de qué
manera desaparecieron de mi vida. Con ellos se fueron también, para siempre,
las benditas fantasías de mi infancia, de mi adolescencia y hasta de
mi primera juventud... FIN