El Forastero

 

    Cruzaba La Plaza del pequeño pueblo con paso decidido. No llevaba equipaje y se diría que no tenía intención de permanecer mucho tiempo aquí. Así, visto de lejos, resultaba atractivo Tenía cierta elegancia en su porte. Era de mediana estatura, delgado y de anchas espaldas. Vestía bien y despertó la curiosidad de las personas con las que se cruzaba, acostumbradas, como estaban, a no encontrarse nunca con desconocidos, salvo el día del Santo Patrono. La misma curiosidad despertó en mí, cuando pasó delante de los ventanales de la Escuela donde yo corregía ejercicios, aprovechando que era la tarde del sábado y los chicos no estaban en el aula. Habría llegado en el tren Correo, por la hora que era, las cinco y media de la tarde. Pensé ¿será el Inspector?. Pero no podía ser. Ellos vienen siempre durante el horario escolar. Entró decidido en la Cantina, único bar que había en el pueblo.
    Las jóvenes del lugar enseguida se enteraron de la llegada del Forastero, y comentaban lo atractivo que era. "Tal vez haya llegado en el tren Correo"."¿Qué hará aquí, a dos kilómetros de la estación?", comentaban entre ellas. Con cualquier disculpa se acercaban a la Cantina, compraban alguna cosa, y lo observaban de cerca. En estos pueblos pequeños, donde nunca sucede nada, cuando alguna persona desconocida llega, se convierte en tema de conversación de toda la gente.
    Cuando regresé a casa, Raquel, la hija del matrimonio que me acogió en su casa, me estaba esperando para contarme un montón de cosas que ella, con su imaginación de adolescente, exageraba. "Señorita, he estado al lado de él". Y ¿sabe lo que le digo?, que a mí su cara como que no acababa de gustarme. No tenía tiempo de preguntarle por qué su cara no le gustaba. Ella seguía nerviosa: "tenía una sonrisa diabólica, ¿sabe?". Pero para ti qué es una sonrisa diabólica, le pregunté. "Pues una sonrisa malvada, ¡qué va a ser!. ¿Usted no ha visto alguna vez, a alguien, cuya sonrisa no le haya gustado?". Pues sí, respondí. Pero tanto como diabólica..."Bueno, pues tenía una sonrisa retorcida, cuando nos miraba a las chicas que hablabámos con el cantinero, mientras disimuladamente lo mirábamos. Tenía unos ojos fríos, acerados, como cuchillos, señorita". Pero Raquel ¿qué clase de novelas estás leyendo, hija?. Ninguna, respondió rotunda. Raquel era, por entonces, una jovencita quinceañera, soñadora, romántica, fantasiosa y no tomé demasiado en cuenta lo que me dijo del Forastero.
    Estuvo dos días en el pueblo, alternó con los chicos, que le imitaban en la forma de fumar, de beber y hasta en la de escupir, diría yo.También alternó con las chicas, que se disputaban sus miradas. Durmió en la cantina. El Domingo por la mañana después de Misa, teníamos por costumbre pasar por el único bar que había en el pueblo, para tomar el aperitivo. Mientras estábamos en el mostrador, se acercó a mí, que era la única joven que no conocía y me tocó en el hombro. "Si hubiera sabido que había estas chicas tan guapas en este pueblo, hubiera venido antes", me dijo. Sin mirarlo siquiera le ordené, de muy malos modos, que me quitara la mano de encima. Así lo hizo, y bastante enfadada salí del local. En aquellos momentos pensé: ¿por qué me habrá molestado tanto este chico?. Cierto que fue un tanto atrevido el gesto de ponerme su mano en mi hombro. Pero en ningún momento me pareció grosero. No volví a pensar más en ello. Y como llegó, se fue. Nadie supo cómo se llamaba, ni de dónde venía, ni hacia dónde iba. Pasados ocho días, nadie hablaba ya del Forastero y de su caminar arrogante, desafiante, más bien. Iba camuflado con unas gafas oscuras y una visera. Yo no sería capaz de reconocerlo, si cambiara de atuendo y lo viera con la cara descubierta.
    Pasados unos días, tal vez quince, llegaron dos forasteros al pueblo. Éstos sí supimos enseguida que era una pareja de la Guardia Civil. Estuvieron investigando entre la gente. Venían preguntando por un individuo, de mediana estatura, de unos veinticinco años, buen porte... Lo describieron exactamente igual que era el Forastero. Me visitaron en la Escuela, durante la jornada escolar, con el consiguiente susto de los niños más pequeños, a quienes los guardias les asustaban bastante, aunque nunca entendí por qué. Aproveché la ocasión para explicarles que los guardias nos protegían a los buenos de la gente mala. Querían que yo les hablara del personaje en cuestión. Les habían dicho que lo había visto a su llegada al pueblo. Y que más tarde, había hablado con él en la Cantina. Les expliqué que sólo lo vi unos segundos, mientras cruzaba delante de los ventanales de mi aula, y lo sucedido el Domingo en el bar del pueblo, pero que sería incapaz de reconocerlo, porque nunca lo vi sin gafas ni visera. Nos recomendaron no salir solas las chicas jóvenes y no tan jóvenes, porque era presunto culpable de varias violaciones y dos asesinatos. La última chica violada y asesinada, era de un pueblecito cercano. Y nos advirtieron que si lo volvíamos a ver, deberíamos denunciarlo al cuartel de la Gardia Civil más cercano.
    Por supuesto las puertas de las casas de toda la Comarca, permanecían cerradas durante todo el día. No nos atrevíamos a salir de casa solas. Cundió el pánico, y yo que siempre he sido miedosa, cerraba con llave las puertas del Edificio Escolar. Así permanecimos durante bastante tiempo, no sabría decir cuánto. Un buen día, ¡por fin!, respiramos tranquilos. Habían detenido al Forastero. Ya no era presunto violador y asesino. Era el culpable. Y fue condenado a cadena perpetua. Ésta fue su primera condena, pero personas muy influyentes de la Empresa en la que trabajaba su última víctima, presionaron para que fuera condenado a muerte. En el tiempo en que sucedió esta historia, que viví de cerca, existía "garrote vil", que sólo nombrarlo me estremece. El Forastero fue ejecutado de esta manera tan terrible, durante un frío amanecer, de un día cualquiera de febrero, de aquel año, que no quiero recordar. Más tarde supimos su nombre y apellidos, pero ya no merece la pena mencionarlos...Creo que nunca debió existir la pena de muerte. Es ponerse a la altura del asesino. Por fortuna, en España, fue abolida poco tiempo después. FIN