La
familia de los nuberos tomaba el sol a la puerta de su cueva, y mientras, el
cielo lucía su manto más limpio y más azul. Habían
decidido permanecer quietecitos un tiempo, durante el cual, los habitantes del
lugar prepararían los festejos más importantes del Bosque Encantado,
desde hacía muchos años para acá.
_Papá, me aburro sin salir por ahí a llover
un poquito_ dijo Nubito, el único hijo de los nuberos.
Nubo, su padre, lo miró enfadado y le advirtió
que hasta después de celebrarse la boda, no saldrían a humedecer
los campos, porque ahora no lo necesitaban. Había llovido lo suficiente
para que durante la preparación y la celebración del enlace de
Náyade y Asgo, nada ni nadie, ensombreciera el sol espléndido
que daría brillantez al enlace.
_Papá tiene razón_ apoyó Nuba a su esposo._
Tú debes tratar de entretenerte con otras actividades, tales como regar
las flores de nuestro jardín, y las que tenemos a la entrada de nuestra
cueva. Y si tantas ganas tienes de jugar con las gotas de agua, llueve sobre
las vasijas y llénalas. Al anochecer, cuando el cielo esté oscuro,
date una vuelta por encima del bosque, juegas con los ventolines, y no se te
ocurra dejar caer ni una gota de agua_ terminó la mamá nube.
Nubito nunca fue muy obediente, pero aquella vez aceptó
de buen grado hacer lo que sus progenitores le habían aconsejado, y decidió
entretenerse sin jugar con el agua que era lo que de verdad le gustaba.
En el Bosque Encantado hacía mucho tiempo que no se
preparaba una boda, y nadie sabía muy bien cómo organizarla. Fueron
Alba y Lauro, los que ayudados por Elfita, la elfa escandinava, que sí
tenía experiencia en estas lides, los que decidieron preparar la Explanada
Mayor, que en realidad era un enorme claro del bosque, alrededor del cual crecían
árboles frondosos, en cuyos troncos vivían nuestras amigas las
ardillas, que observaban curiosas asomadas a los agujeros de sus viviendas,
los preparativos que se estaban llevando a cabo. Tomaron la decisión
de colaborar ellas también, y recorrían las praderas cortando
las flores más bonitas que encontraban, para que los abuelitos y la elfa
venida del Bosque Blanco del norte de Europa, hicieran con ellas una preciosa
alfombra.
Ya sólo faltaban veinticuatro horas para que el trasgo
Asgo cumpliera un sueño que había acariciado siempre: ¡casarse
con Náyade, la ninfa bella que le había arrebatado el corazón
desde el día en que ella volvió al Bosque, después de tener
que irse de él, por culpa de los malvados ojáncanos. Desde entonces,
no perdía ocasión de acercarse a ella y decirle cuánto
la quería. La hermosa ninfa no parecía hacerle demasiado caso.
Pero, poco a poco, se fue dando cuenta de que el trasgo era un genio formal
y serio. Un trabajador incansable que llegó al bosque precedido de una
historia no demasiado limpia, y, sin embargo, había llegado a ocupar
un puesto muy importante, en lo del cumplimiento de la Ley y el Orden, tan necesario,
entre la revoltosa y simpática fauna de nuestro Bosque Encantado.
Y como “el que la sigue, la consigue”, una calurosa
tarde de Julio, Asgo escuchó de labios de Náyade la frase: “¡sí
quiero casarme contigo!”. Se quedó tan sorprendido, que no daba
crédito a lo que había oído. Pero su adorada ninfa se lo
repitió:”¡sí, Asgo, claro que quiero casarme contigo!”
Anunciaron la buena nueva a todo el bosque. Fue el musguito Ito quien, acompañado
de su inseparable flauta, dio la noticia. Y por decisión de los novios,
se anunció que el enlace se celebraría el día quince de
Agosto. Él se encargaría de componer la música que acompañaría
la ceremonia del enlace y la fiesta de la tarde y la noche.
A partir de aquel día, el musguito Ito, se dedicó
en cuerpo y alma a jugar con las notas musicales que salían de su flauta,
hasta que por fin lograra componer las más bellas melodías, que
harían las delicias de los novios y de todos los habitantes del lugar,
y los que llegaran de fuera. Él estaba seguro de que nunca antes habrían
escuchado música más romántica ni en el Bosque, ni en cien
leguas a la redonda. Advertidos los ventolines y los nuberos para que no salieran
de sus cuevas, pues los vientos y la lluvia, destrozarían la frescura
de las flores, comenzaron a colocarse para formar una alfombra, por donde caminarían
los novios hasta el templete que se había elevado, para el feliz acontecimiento,
en la Explanada. Eran un festival de colores y olores. Había rosas blancas,
rojas, amarillas, fucsias, azules y malvas. De texturas sedosas y aterciopeladas.
Se extendieron miles y miles de pétalos, que fueron
trayendo todos los geniecillos, brujas y hechiceras buenas, que se prestaron
voluntariamente a colaborar. Sólamente la juáncana Juana no apareció
por allí para ayudar. Ella tenía unos celos tremendos de Náyade.
Todos sabían que había cojido una rabieta de mil pares de diablos.
Había pataleado y gritado como una posesa, cuando se enteró de
la boda. Ella también estaba enamorada del trasgo Asgo. Así que
decidió salir la noche anterior y pisotear la alfombra, y estropear las
flores. Pero Alba y Lauro, los abuelitos humanos, presintieron que algo así
podría suceder y llamaron a Adelfo, quién acudió presto
a la casita blanca de tejado rojo y ventanas pintadas de verde.
_Adelfo, te hemos mandado llamar_ habló el abuelo Lauro_
porque ha llegado a nuestros oídos que la juáncana Juana, piensa
vengarse de Asgo y Náyade estrpeando el arreglo floral que, con tanto
esfuerzo, hemos preparado Elfita y nosotros, ayudados por los demás habitantes
del Bosque. Así que hemos pensado que vigiles la noche anterior, para
que no pueda llevar a cabo sus malas intenciones.
_ Muy bien_ respondió el elfo_ . Vigilaremos durante
toda la noche el claro del bosque, para que la juáncana, o algún
otro malvado genio venido de por ahí, no deshagan lo que con tanto trabajo
habéis hecho vosotros. Pediré ayuda a Ito, el musguito. Media
noche dormiré yo, y vigilará él; y la otra media, hasta
clarear el día, permaneceré despierto yo, y descansará
él.
Y así, de esta forma, quedó todo organizado
para que no sucediera nada imprevisto, que pudiera estropear la fiesta.
Llegó el esperado quince de Agosto. Las ramas de los
árboles se llenaron de pajarillos curiosos y cantarines. A la Explanada
Mayor fueron llegando genios vestidos de colorines para la fiesta. Duendes,
ninfas, trasgos, trastolillos, hechiceras buenas, ventolines, nuberos y alguna
que otra bruja, con escobas y todo, que intentaban pasar desapercibidas entre
los demás seres del Bosque, sin conseguirlo, Todos venían dispuestos
a no perderse el espectáculo. Unos habían sido invitados y otros
no, pero todos lucían sus mejores galas. En lugar privilegiado estaban
las ardillas, que desde sus viviendas verían la llegada de los novios.
Las cigüeñas también estaban bien situadas. A punto de emigrar
a pasar el invierno a tierras más cálidas, no querían perderse
el enlace. Así que se alisaron el plumaje y desparasitaron a su prole
con su pico. Toda la familia cigüeñil se acomodó dentro de
su nido, ubicado en lo más alto del viejo tronco de una encina centenaria,
para no perderse nadar lo que pasara. Después se irían.
Fueron llegando los protagonistas principales de nuestro cuento:
Lauro y Alba, los abuelos. Tol y Toli, los trastolillos. El musguito Ito y su
flauta que se situó en el lugar más cercano al templete. Adelfo
y Elfita. Todos ellos ocupaban los lugares preferentes. El hada Jana acompañada
de su doncella Genita, llegó en su carroza tirada por los caballitos
voladores. Ella sería la encargada de unir para siempre a la ninfa Náyade
y al trasgo Asgo. No en vano era la máxima autoridad del Bosque.
Genita era una genia graciosa y bonita, que traía por
la calle de la amargura al ventolín Antolín. Cuando descendió
de la carroza sujetando la cola de su señora el hada, todos los genios
del bosque suspiraron. Era tan atractiva, que levantaba pasiones en sus corazoncillos.
Ella lo sabía, y coqueteaba hasta con los pájaros. Por eso el
ventolín enamorado ni se atrevía a acercarse a ella.
Cuando Jana, bellísima, con su túnica de trozo
de cielo cuajada de estrellas, subió al templete y se acomodó
mientras llegaban los novios, Antolín se acercó a Genita.
_ ¡Hola!_ le dijo, sin apenas atreverse a mirarla.
_ ¡Hola_ le respondió Genita, buscando con sus
ojos color miel, los grises del ventolín, que no les levantaba del suelo.
_Me he acercado a ti, para que esta tarde me reserves algún
baile después del banquete, cuando el musguito Ito toque sus melodías_.
Lo dijo de un tirón, sin respirar, porque temía que si paraba
de hablar, no encontraria palabras para seguir.
_Ya tengo varios comprometidos_ respondió Genita_,
pero te prometo que todos los que me quedan libres serán para ti.
En ese momento aparecieron Trasgo y Náyade en la misma
carroza, porque los genios se juntan por el camino. El novio busca a la novia,
que si quiere arrepentirse y no celebrar la boda, sólo tiene que cerrarse
en su casa y no salir cuando éste la llama. Así se ahorran el
bochorno de que alguno de los dos se arrepienta delante de los invitados. Debo
reconocer que en esto demuestran ser más previsores que los humanos que,
en algunas ocasiones, se arrepienten ante el altar.
Los festejos duraron hasta bien entrada la madrugada. Después
de la ceremonia en la que los novios se dieron el ¡sí, quiero!,
muy alto y muy claro, siguió un banquete, donde se obsequió a
los invitados con un abundante y sabroso menú. En lugar aparte se prepararon
mesas para que los curiosos, llegados desde todos los lugares, también
pudieran regalar su paladar.
El musguito comenzó a tocar la melodía que había
compuesto para los novios y Asgo, que aquel día tenía cierta apostura,
seguramente debido a la felicidad que lo envolvía, bailaba con su preciosa
novia, que lucía su vestido blanco hecho de nubes blancas de encaje,
adornado con flores naturales. Su hermoso cabello, dorado como el trigo maduro,
le caía por la espalda sujeto por una diadema de margaritas como las
que adornaban su vestido.
_Llevaos mi carroza y mis caballitos voladores para vuestro
viaje de novios_les dijo Jana, quien siempre era generosa con sus súbditos.
_Gracias, mi señora _respondió Asgo, en nombre
de su bella esposa y de él mismo. Hicieron una leve inclinación
de cabeza delante del hada, y se fueron a preparar su equipaje en medio de las
aclamaciones de los numerosos invitados, que siguieron la fiesta hasta bien
entrada la madrugada, bajo la luz de la luna llena, que inundaba de claridad
el bosque como un sol de medianoche.
Mientras Náyade y Asgo recorrían felices todos
los bosques cercanos y hasta los más lejanos, cruzaban praderas, se bañaban
en los ríos, escalaban montañas y la vida les sonreía,
las obras del víal que los humanos estaban construyendo, y que avanzaba
a pasos agigantados, amenazaba seriamente la supervivencia del mágico
lugar. Alba y Lauro vigilaban el avance de las mismas, con el temor reflejado
en su rostro. Si seguían en esa dirección, desaparecerían
su casita y la mitad de los árboles del Bosque Encantado. Pero no fue
así. Un día los abuelitos contemplaron alborozados cómo
las obras habían dado un giro de ciento ochenta grados y, antes de llegar
al bosque, la carretera se desvió hacia la montaña cercana. Han
pasado muchos años. Allí siguen la variopinta fauna del lugar,
y la casita de tejado rojo y ventanas pintadas de verde, rodeada de flores.
Cuando ustedes, los lectores de este cuento, paseen por algún bosque,
dejen volar su fantasía, si eso les hace felices... FIN DE LA
TRILOGÍA.